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sábado, 20 de septiembre de 2014

Kriptonita

Mi vida cambió un poquito más hace unas semanas. Es una de esas lecciones que tenía que haber aprendido hace mucho pero como yo soy tardía en muchos aspectos, incluso cumpliendo años a finales de diciembre...

Carpe diem, ese término que yo intento cumplir a rajatabla por ser mi favorito, lo tuve entre en mis manos y por fin, descubrí verdaderamente lo que significaba. No lo aprendí sola, sino con la persona que jamás podría haber imaginado.

Que es verdad eso que dicen y que yo también digo, de que el tiempo pone a cada uno a su lugar, que cambia a la gente, que lleva al olvido, y lo más importante, elimina el dolor y el rencor y te lleva al perdón.

La vida muchas vueltas y aunque no queramos admitirlo es un círculo en el que todos nos volvemos a encontrar con el pasado.

Y ahí estábamos los dos, reencontrándonos tres años después de todo lo sucedido. Yo, hecha un manojo de nervios; tú, tan tranquilo como siempre. No hacían falta palabras, se nos notaba desde lejos: ya no éramos unos niños, sino dos adultos con vidas paralelas viviendo experiencias diferentes cuyas vidas se juntaron una vez y se separaron al instante.

Noche totalmente inesperada de principio a fin. El valor de sincerarse, de soltar una carcajada al aire, de aprovechar el momento sin arrepentirse, de esperar a que saliese el sol y volver a casa con la sensación de que todo había ido bien y que esa espinita que tenías clavada, ya se fue.

No hizo falta despedirnos. Creo, sinceramente, que nos volveremos a encontrar cualquier otro día de la forma más tonta e inusual. 

Eres mi punto débil, alguien al que no puedo decir no, mi kriptonita. E inevitablemente, cada vez que oiga tu nombre, me saldrá una sonrisa por recordar que vivimos intensamente aquella noche.