El 2018 fue una hecatombe (sí, sigo siendo un poco dramas), así que el 2019 sólo podía ir a mejor. Y no defraudó. Para mí, sin duda, los veintiseis han sido el mejor año de mi vida. El nueve al final dio suerte...
Empecé el año un poco alicaída porque pensaba que iba a ser igual que el anterior. Pero el primer fin de semana de enero me quedé a dormir en casa de mi tía Carmen. Es una de nuestras tradiciones. Llevo haciendo ese plan desde que tengo uso de razón con mis hermanas y para nosotras era salir de nuestra rutina y ser un poco más libres de las normas de mamá y papá. Con el paso del tiempo, esa tradición sigue, pero mi tía, para exprimirnos más, nos da audiencia y pasamos cada una un fin de semana con ella y se adapta al plan que nosotras queramos hacer. Es un ser maravilloso.
Ese fin de semana, me sinceré con mi tía al máximo y le dije textualmente: "Tía, estoy perdida. No me encuentro y no sé por dónde seguir". Mi tía, que es muy muy sabia me dijo: "Te entiendo, cariño. Yo estoy igual. Ha habido años muy malos, pero este va a ser nuestro año".
Mi tía que es muy brujilla para esas cosas, cree firmemente en la astrología y que todo pasa por algo y tiene un por qué en nuestra vida. Empezamos a hablar de los signos del zodiaco. Ella es Sagitario como yo y en el 2019, Júpiter nuestro planeta regente, iba a transitar durante todo el año por nuestro signo.
Júpiter permanece en cada signo del zodiaco durante un año para brindarle un año lleno de buena suerte, energía positiva y muchos cambios.
Yo un poco atónita, no me lo creía mucho pero mi tía tiene un poder de convicción bastante grande por lo que tuve que creérmelo. No quedaba otra. Y en verdad, llevaba toda la razón.
En el trabajo aprendí a relajarme y no tomarme las cosas tan a lo personal. Aprender a hacer mi trabajo y no estresarme tanto. Aceptar que había épocas malas en el trabajo y saber que al final todo salía, que yo valía y podía con todo. Cambiar de trabajo fue una de las mejores decisiones que he tomado este año. Sin duda, el estrés ha desaparecido y mi salud mental ha mejorado con creces. Ahora tengo tiempo, tiempo para mí. Tiempo para emplearlo en lo que a mí me gusta. Ahora los fines de semana me parecen eternos porque no tengo que ir con el portátil a cuestas y salgo a horas decentes para poder descansar. Ahora todo es mucho más tranquilo y el ambiente es increíble: tengo unos compañeros maravillosos. Sí, mi calidad de vida se ha multiplicado por mil.
El cambio de trabajo en verano supuso que no tuviera las infinitas vacaciones que había tenido hasta ahora, así que únicamente pude tener una semana. Y como soy un culo inquieto, no me quedé descansando. Uno de mis propósitos siempre ha sido hacer el Camino de Santiago. Así que este año como todo iba a mi favor, me lo propuse como reto.
Mi hermana y yo hicimos el camino francés desde Ponferrada hasta Santiago. 209 kilómetros de superación mutua. Desde quemaduras por el sol, lluvia incesante durante una etapa, ampollas, dolor de pies, de espalda, cuestas infinitas, bajadas que asustaban y pensamientos de querer abandonar, hicieron de esa semana la mejor en cuanto a desconexión y superación personal.
Conseguí disfrutar del camino, que de eso se trata. Poner todos mis pensamientos en orden y darme una palmadita en la espalda y una vocecita en mi interior que me decía: "Bien hecho. Ya queda menos. Tú puedes". Poder disfrutar del paisaje verde tan precioso de Galicia, nos conformábamos con poder llegar a un albergue y que hubiera sitio, ducharnos y ponernos las chanclas para descansar los pies y comer mientras brindábamos con una Estrella Galicia. Esa era nuestra meta diaria.
Llegar a Santiago con ojeras por los suelos y los pies reventados, pero sabiendo que habíamos llegado a nuestro destino final. Un día soleado, la catedral nos esperaba con todos los peregrinos y con las gaitas de fondo sonando. Un viaje que recordaré siempre con mi hermanita porque me confirmó que nada es imposible y que podíamos con todo a pesar de todo.
Septiembre, es siempre volver a la rutina. Como siempre digo, es un mes nostálgico pero a la vez, es la segunda oportunidad del año para poder hacer todo lo que no hemos podido hacer con nuestros retos y propósitos hasta entonces. Tras dos años, he vuelto a la rutina del deporte y cada vez me gusta más y estoy encantada de poder dedicar unos minutos del día sólo para mí. Estoy cada vez más interesada en la nutrición y en llevar un estilo de vida saludable en la medida de lo posible: cada vez me gusta más cocinar y hacer recetas nuevas. Doy gracias a mi santa madre por "obligarnos" de pequeñas a estar con ella en la cocina viendo cómo cocinaba. He descubierto una pasión que tenía escondida.
Sigo trabajando mi autoestima y mi control sobre mis emociones. No ser tan perfeccionista, ni tan negativa, ni tan impaciente ni tan ansiosa. Las cosas llevan su tiempo y más cuando se trata de crecimiento personal. De darse cuenta que la única persona que va estar soy YO misma, aprender a decir que no, deshacerse de malos hábitos, así como de personas tóxicas y no conformarse con nada ni con nadie, aspirar siempre a ser mejor cada día, pero sin compararse con nadie, únicamente conmigo misma.
En definitiva, buscar lo que te haga bien, ser valiente y arriesgar, rodearte de gente buena que sume y que no reste, creer en ti y elegirte siempre como primera opción por encima de todo.
Esto hay que grabárselo a fuego y que nadie te haga dudar de ello nunca.
Yo pensaba que en diciembre iba a poner mi broche de oro al mejor año que había tenido porque es mi mes favorito, pero la vida es dura e injusta siempre y se llevó a uno de mis tesoros más preciados. Mi abuelo falleció tras dos años luchando contra esta enfermedad tan fea, el cáncer. Era y será la persona más fuerte y valiente que he conocido. Te fuiste un día antes de mi cumpleaños y me partió el alma. Lo entiendo, querías estar con la abuela allí arriba celebrando también su cumpleaños. No me enfado, simplemente es que a veces soy muy egoísta y te quería aquí conmigo.
Guardo en mi memoria, en mi retina y en mi corazón para siempre todos nuestros momentos: en el parque, en inculcarme tu pasión por los animales viendo los documentales de La 2 y no quedarnos dormidos, en intentar aguantar la risa cuando venían las hormigas "rastrojeras", en ser tu "muchacheja" y protegerme siempre. Me vendrás a mi mente cada vez que huela romero. Ahora, sé que me cuidarás y me darás fuerza desde arriba.
Los veintisiete vinieron con un aire de tristeza en casa, pero esto hizo que mi familia y yo nos uniéramos mucho más y si tengo que sacar algo positivo de esto, es que la familia está siempre y familia, significa hogar.
Mi amiga Isa, que siempre me lía para cualquier cosa, me animó a que me apuntara la carrera de San Silvestre para correrla juntas. ¡Uf! Yo es que nunca había corrido tanto y no estaba tan preparada ni entrenada. Estuve una semana literal sin poder dormir bien porque pensaba que no iba a acabarla y me retiraría antes de llegar a meta. ¡Error de libro, Beatriz! ¡Siempre lo mismo! Finalmente la acabé y mejor de lo que me esperaba: correr por todo Madrid, con el ánimo de toda la gente y de Isa fue el chute definitivo para llegar a meta. Eso y la fuerza que me enviaste abuelo, por eso te la dediqué. Acabar el año superando otro reto y otro propósito fue cerrar de verdad el 2019 como se merecía.
Llega el 2020. Otra década: ¿se puede saber cómo ha pasado toda una década tan rápido? Efectivamente, el tiempo vuela y la vida pasa. Le pido a esta nueva década que me de serenidad y madurez para afrontar todo lo malo que venga, mayor conciencia de todo lo que vivo, no mirar atrás, abrazar la vida con sus cosas buenas y cosas malas y creer en mí. Ese es mi propósito de este año: creer en mí porque está demostrado, que puedo con todo.
En octubre, Isa y yo viajamos a Córdoba para ver en concierto a Leiva. Estábamos emocionadísimas. Esa noche llovió y finalmente cancelaron el concierto por el temporal. Nos quedamos con las ganas, pero teníamos plan B, tiempo de calidad entre nosotras. Me gusta la forma tan positiva que tiene siempre de ver las cosas y que me va contagiando poco a poco. Al día siguiente, hacía un día maravilloso: sol, cielo azul y ni una sola nube. ¿Qué tipo de broma era esa? No era ninguna broma, ese fin de semana pude comprobar que esa situación que vivimos, era la vida misma.
Yendo hacia el centro, cerca de donde nos habíamos alojado, en una pared blanca vimos este mensaje. Ambas hicimos una foto. Somos firmemente creyentes del destino y eso era una señal.