Nada más nacer necesitamos el cariño de alguien. El primer contacto con el mundo que nos rodea es nuestra madre: cómo nos mira, cómo nos abraza, cómo nos acaricia, cómo nos amamanta.
Vas creciendo y observas lo que tienes a tu alrededor: la familia. Ese grupo de personas que aman todos tus nuevos logros: el primer paso, tu primera caída, tu primera palabra, tu primer diente que te crece,...
Empiezas una nueva etapa: el colegio. Al principio sientes terror al ver tanta gente desconocida, y te retiras. Pero pronto descubres que hay muchos más niños como tú y te acercas a ellos y simplemente le dices: ¿Quieres ser mi amigo? Hay es donde empezamos a entablar nuestras primeras relaciones sociales, sin más. Cada día vas al "cole" con más ganas de ver a tus amigos y formas un primer grupo. Empiezan los juegos en el recreo, las fiestas de cumpleaños, empieza a gustarte alguien y ya con un beso ya sois ¡novios!
Siguen pasando los cursos y los amigos que tenías ahora son los mejores amigos. Tienes tus primeros secretos, las primeras conversaciones "de mayores", tu primera carta escrita por San Valentín, tu primera carta recibida en San Valentín, pero también llegan las primeras peleas y enfados por cosas insignificantes, pero que al día siguiente o incluso antes, ya seguís siendo tan amigos como siempre.
Acaba la mágica inocencia y llega la pubertad. Hormonas revolucionadas. Empiezan los cambios. Todos los amigos formáis una pandilla y creéis que es la mejor de todas, os sentís importantes de pertenecer a él. Bromas y risas surgen por cualquier circunstancia y que no tienen explicación ninguna.
Comienzas tu diario poniendo: Me he enamorado. Ahí empiezan todos tus quebraderos de cabeza y piensas, ¿se lo digo o no se lo digo? Se lo cuentas a tus mejores amigos y ellos te dicen que te lances, que quien no arriesga no gana. Y vas decidido hacia esa persona, pero en el momento de actuar o decir algo, te quedas bloqueado, como si fueses mudo y no pudieses articular palabra. Y finalmente, por miedo, desistes y prometes volver a intentarlo, pero en tu fuero interno sabes que no habrá otra vez.
Por circunstancias del destino, los amigos que tenías desaparecen poco a poco y crees que el mundo se ha acabado y que no volverá a haber un mañana. Empiezas de nuevo a buscar amistades, pero ya no es tan fácil como antes; ahora no puedes decir: ¿Quieres ser mi amigo? Hace falta mucho más e integrarte en un grupo que ya está forjado es complicado entrar.
En esos momentos no tienes ganas de nada, y recuerdas los tiempos felices. La nostalgia te absorbe y te consume poco a poco y llega un momento en que vuelves al presente y decides redireccionar tu vida. Y poco a poco vas conociendo a más gente. Encuentras al fin tu grupo con el que tienes afinidad. Estás totalmente integrado, conoces sus defectos, sus virtudes, sus secretos, su forma de pensar, lo que quieren, lo que no quieren, sus aventuras, sus vivencias. Al principio tienes miedo de que todo se vaya al traste, pero luego te das cuenta de que eso no va a suceder.
A veces pienso en regresar atrás y volver a la infancia, esa inocente infancia. Pero sólo hay algo que me lo impide: el saber que la amistad cuando se es adulto es mucho más fuerte, madura y que no se va a romper porque me hayas quitado una pintura, que me hayas pisado, que me hayas tirado del pelo o sacado la lengua.
El destino ha querido que nos encontráramos. ¡GRACIAS!
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