A muchos les gusta pensar que los sueños superan a la realidad (yo también me incluyo). Eso que tantas veces sueñas, inconscientemente, que lo deseas con todas tus fuerzas y lo ves tan nítido, tan cercano, que ya te ves dentro de la escena que te has montado en tu pequeña cabecita. A decir verdad, acabas asustándote por su hiperrealismo. Y de repente, "fiuuuu", se esfuma. Y ahí es cuando la realidad te da una bofetada. Empieza un nuevo día. No paras de pensar en lo soñado y sonríes para ti, en secreto. Sólo toca esperar con ansia otra noche con sueños mágicos que la vida todavía, no te da.
Y es que nos quejamos por todo. Incluso de lo que está bien y correcto. Porque nos gusta molestar y no nos conformamos con lo que tenemos delante y que muchas veces es lo mejor que hay. Porque estamos ciegos y no somos capaces de abrir los ojos, oír la verdad y asentir. Así nos pasa, que de tanta queja nos hartamos y en vez de disfrutar de la vida, de TU vida; que sólo hay una, la estás dejando pasar por gilipolleces del tipo: "es que no me hace caso", "es que estoy solo", "es que no puedo más", "no lo voy a conseguir", "es muy difícil", "nada llega", "quiero esto porque todo el mundo lo tiene"... Pues joder (siento ser tan brusca y mal hablada pero esto me nerva mucho), dejad ya de quejaros tanto y arrimad el hombro. Porque aunque hoy veas que el día sea gris y una mierda, en realidad es bueno porque precede a un mañana mejor. Porque aunque el presente vaya bien, el futuro será mejor; yo, lo presiento: inesperado, incierto y maravilloso. Así quiero que sea mi futuro: sin quejas ni lamentaciones, ni remordimientos, ni nostalgia... Sólo vida. VIVIR es lo que quiero. Vivir es el futuro.
Imagina un atardecer. Sí ya sabes, de esos que salen siempre en las películas justo cuando el Sol va a desaparecer y va a dar paso a la Luna. Estás en la playa con el ruido de fondo de las olas que vienen y van. No se aburren, hacen siempre lo mismo, pero en sí sus movimientos son tan relajantes...
Estás tumbada en tu toalla con tus gafas de sol y tu cuerpo recibe los últimos rayos de sol. Das un sorbo a ese té helado que tanto te gusta y que pasa de tu boca a tu garganta reconfortándote. A lo lejos ves a alguien que sale del agua. Es él. Llega corriendo hacia ti y te salpica y odias que siempre haga eso. Extiende su toalla y se queda mirándote, muy fijamente. Entonces tú, le miras a los ojos y te pierdes llegando incluso a marearte. Apartas la mirada, sonríes y te sonrojas. Él lo ha percibido y empieza a hacerte cosquillas. No hay sonido que más le guste que el de tus carcajadas, tan estruendosas y a la vez tan especiales.
Te coge en brazos y vais directos al mar. Tú intentas desesperadamente bajar pero él tiene más fuerza que tú. Frío mucho frío, pero acabas acostumbrándote a esa agua salina. Sientes por detrás unos brazos rodeándote y te das la vuelta. Ves su cara. Nunca antes habías visto un rostro igual y eso que habías soñado tantas veces con la persona adecuada e imaginabas cómo sería su rostro. Ahora, sus facciones eran para ti la belleza absoluta. No es que fuese el más guapo de todos, simplemente, su cuerpo era armonía para ti. Cerráis los ojos y ya sabéis lo que viene ahora: besos. Besos salados, como el mar; besos dulces, como él; besos tiernos, como tú.
Salís del agua agarrados de la mano y recogéis vuestras cosas y os dirigís hacia ese chollo de apartamento que habéis reservado por Internet. La verdad es que fue una ganga comparado con todo lo que realmente era y te ofrecía. Abrimos la puerta y dejamos las cosas tiradas allí, en cualquier parte del salón. Tú vas directamente a la ducha: la arena por todo el cuerpo es algo que has odiado desde que eras una niña cuando hacías castillos de arena en la orilla del mar.
Tras quitarte toda la sal y arena del cuerpo sales como nueva. Llegas a ese amplio dormitorio y a través de la ventana te das cuenta de que ya es de noche. Vas al armario y te pones la ropa interior y ese camisón azul que tanto te gusta. Estás pensando en qué hacer de cena y vas hacia la cocina. Justo en el pasillo oyes que dice tu nombre. Está en la terraza, "¿qué querrá ahora?" piensas en ese momento. La terraza es amplia, con una mesa de madera en el centro y varias rosas a su alrededor; en su mayoría, blancas. Lo mejor de todo: las vistas. Ves de fondo el mar, ese inmenso mar azul que te embelesa. Cuando sales a la terraza no lo puedes creer: él está ahí esperando con la mesa puesta, cual príncipe en su castillo con los mejores manjares esperando a que llegue su amada princesa para empezar la velada.
Hay poca luz con esa lámpara tan pequeña que hay afuera pero se intensifica más con las velas que él ha puesto en la mesa y por el suelo formando un círculo. La verdad es que la cena no podría haber salido mejor. Y lo mejor de todo es que ha preparado todo lo que te gusta, cosa que no puedes llegar a creer porque no sabe cocinar ni un huevo frito: Todas las veces que has cenado con él en alguna de vuestras casas y siempre has tenido que llevar tú las riendas en la cocina. "Debe de haberle costado mucho hacerlo", te decías a ti misma una y otra vez.
Exquisita. Ese ha sido el resumen. Te coge en brazos y te lleva hacia la habitación. Tú cierras los ojos y te dejas caer cuidadosamente sobre la cama. Enciende su reproductor de música y os dejáis llevar por ella. Desnudos y sin pudor comenzáis ese vaivén de caderas imitando el mismo movimiento de aquellas olas que habíais visto por la tarde en la playa. Parece que no os cansáis aunque el sudor os empape. Es ese motor llamado amor el que no os hace parar. Sólo vosotros fuisteis testigos de ese acto. Bueno no, la Luna y las estrellas, también.
Y acabáis mirándoos por enésima vez, cara a cara, al natural y ambos podéis ver reflejadas en vuestras pupilas, vuestras almas.
No sé si lo hizo aposta o no, pero dió en el clavo con las canciones que eligió que sonaran en esa fantástica e inolvidable noche...
Puede que no estéis justamente en una playa para poder hacer esto mismo. Seguramente, estaréis con cualquier gadget leyendo y teniendo quizás, un poco de envidia. A mí, me pasa igual. Creo que todos deberíamos tener un momento parecido a este con esa persona especial. Y si no lo has tenido aún (como es mi caso), espera con paciencia, que todo llega.
Tras una dura subida llena de sudor, lágrimas y sobretodo sonrisas he llegado arriba, arriba del todo, a la cima. Desde arriba, la vista es espectacular. Sin palabras. Los rayos del sol me ciegan pero no impiden maravillarme de todo lo que me rodea, lo de abajo. ¿Y qué es lo de abajo? Veo personas, caras conocidas. Ahí están todas y cada una de las personas que han pasado por mi vida y que me han hecho ser lo que soy ahora. Grito para saludarles pero no me oyen. Voy girando sobre mí misma y hay personas por todos lados. Las hay que sólo he visto de pasada, las hay que son amigos de amigos, las hay que fueron amigos de la infancia, las hay que fueron amigos de clase, las hay que veo todos los días, en clase, las hay que veo sólo en fin de semana, las hay que pasan conmigo mis penas y alegrías (amigos), mi familia, las hay que han pasado sólo 4 horas conmigo y han marcado mi vida para siempre. Y ¿por qué cuatro me diréis? Bueno, yo sé lo que me digo... Es difícil de explicar, pero ya os lo contaré en otra ocasión. Los hay que no he visto hace meses, incluso años!
Sigo girando y girando y veo un camino, mi camino. Ese que he construido durante casi 20 años de mi vida, de mi llegada a este mundo en el mismo instante que di mi primer llanto hasta ahora, sentada ante una pantalla de ordenador mostrándoos lo que siento. Ese camino que a veces se me ha hecho tan cuesta arriba, parecía que no tenía fin. Poco a poco la montaña se hacía más grande, y el camino más largo. Estoy creciendo. Estoy madurando. Muchos tramos se me han hecho cortos y muy amenos pero porque tenía gente al lado que me daba la mano. Ha habido muchos tramos muy escarpados en los que he andado sola, sin ayuda de nadie, con tormenta. Pero me ha venido bien, me hizo ser fuerte.
Pero hace poco que he llegado a la cima y tras ver el paisaje miro hacia arriba. Nubes. Cielo. Ese cielo azul que me encanta. Más bien, el azul me encanta, me apasiona. Me tumbo para admirarlo mejor. Las nubes que eran nubes de tormenta hace unos años ahora son blancas, apetecibles. Oigo una voz que me llama, que susurra mi nombre, que me da energía para levantarme cada mañana y sentir que algo nuevo, maravilloso e inesperado puede pasarme. Es una señal. Silencio. Cierro los ojos y empiezo a tararear aquella canción que tanto me recuerda a ti. Y rememoro todos nuestros momentos, nuestros 3 años juntas. Pero hace ya muchos años, para ser exactos 16, la muerte me arrebató tu presencia. No hay año que no recuerde nuestra fecha tan especial. Esa fecha que nos hace únicas y que nunca olvidaré. Nuestro número: el 18. "Siempre estarás aquí conmigo". Esas fueron tus palabras que una vez me dijiste cuando yo no medía ni un metro. Y en verdad, siempre estás aquí, en mi mente, en mi corazón. De repente, siento una caricia en mi mejilla y un beso muy tierno que me hace olvidarme de todo. Eres tú, sin lugar a dudas. Me levanto. Salto e intento tocar el cielo. Intento responderte con lo mismo en el lugar que tú estás, el más hermoso de todos. Pero es imposible.
Me toco la mejilla y siento una paz y tranquilidad inmensa. Acabo con una sonrisa, como tú querrías. Vuelvo a mirar hacia abajo: ¿Vértigo? Claro que no. ¿Ganas de bajar? Pocas.
Ahora estoy en la cima, rozando el cielo y las nubes... ¿Y ahora qué? ¿Qué se supone qué debo hacer ahora? Sólo el tiempo lo dirá... De una cosa estoy segura: Esa montaña que yo veo desde la cima es lo que soy ahora. Puede que no sea perfecta, como la dueña, ni la más bonita, ni la que tenga más verde, pero está aquí por algo. Y ese algo espero que valga la pena.
Por todas aquellas veces que quisiste decir no en vez de sí, y viceversa.
Por todas aquellas veces que deseaste haberte callado.
Por todas aquellas veces que quisiste decir algo en el momento adecuado.
Por todas aquellas veces que quisiste haber ganado y perdiste.
Por todas aquellas veces que lloraste en vez de mantener tu hermosa sonrisa.
Por todas aquellas veces que estabas cansado y no conseguías dormirte.
Por todas aquellas veces que esperaste una respuesta de esa persona.
Por todas aquellas veces que aceptaste o te negaste para agradar a alguien.
Por todas aquellas veces que mentiste para no hacer daño a alguien.
Por todas aquellas veces que mentiste para autoconvencerte a ti mismo.
Por todas aquellas veces que te caíste y conseguiste levantarte.
Por todas aquellas veces que te quedaste sin respiración (tanto para bien como para mal).
Por todas aquellas veces que sentiste un desgarro emocional.
Por todas aquellas veces que sentiste caer lágrimas por tus mejillas.
Por todas aquellas veces que comprendiste miradas cómplices.
Por todas aquellas veces que te hicieron madurar.
Por todas aquellas veces que te hicieron ser fuerte.
Por todas aquellas veces que te hacía falta un abrazo sincero.
Por todas aquellas veces que te hacían falta unas palabras de apoyo.
Por todas aquellas veces que necesitabas un amigo y no lo encontrabas.
Sí, por todas aquellas veces que quisiste cambiar algo aunque fuese demasiado tarde y por todas las restantes veces que te puedas imaginar. Pero esto, amigos, es la vida: se sufre, se pierde y se llora. Pero en realidad estamos aquí para esto, ¿no? Para superarnos. Para saber que detrás de un día gris siempre hay un día soleado. Para saber que aunque los peores momentos y más tristes dupliquen, tripliquen, etcétera a los mejores momentos siempre nos valdrá más la mitad, la tercera, cuarta, quinta, etcétera parte de un buen momento para ser felices. Para saber que somos luchadores y podemos con todo lo que nos pongan por medio.
Ida. Atraída. Vergonzosa. No parar de hablar. Atontada. Excitada. Feliz. Sorprendida. Triste. Odio. Orgullosa. Alicaída. Triste de nuevo. Lágrimas. Pensativa. Masoca. Eufórica. Fuerte. Rara. Centrada. Ilusionada. Feliz de nuevo. Sorprendida de nuevo. Triste de nuevo. Alocada. Centrada de nuevo. Pasota. Egocéntrica. Fuerte de nuevo. Feliz de nuevo. Y ahora...
Ahora nada. Nada de nada. Nunca había sentido esta nada, pero así me siento. Y eso que yo soy muy sentida! Pero el cuerpo me lo pide. Pide reposo por el momento. Pide recuperarse tras estos meses locos, envuelto en este círculo vicioso. Pide calma y serenidad.
"Nada": Palabra que resume sentimientos, miedos, estados de ánimo y lágrimas.
Tener un día duro y lo único que quieres hacer es dormir. Decidido a irte a la cama, al tumbarte; miras al techo y empiezas a darle vueltas a todo y al final no puedes dormir (a pesar del cansancio): qué ha pasado hoy, con quién has hablado, qué has pensado, qué has hecho bien, qué has hecho mal, qué podrías mejorar, qué tienes que hacer mañana... Luego empiezas a acordarte de ellos, de tus amigos y de todos vuestros momentos. Sin querer, te sale una sonrisa recordando todo aquello. Sigues dándole vueltas a la cabeza y haces una introspección y te remontas al pasado y llegan a tu mente imágenes difusas de cuando eras niño y piensas: "Qué inocente era ahí" o "qué feliz era".
Cambias de postura, te das la vuelta e intentas conciliar el sueño, pero siguen viniendo imágenes a tu cabeza. Ahora llegan imágenes delicadas, llenas de amor, ternura e incluso desenfreno. Revives ese momento una y otra vez y darías lo que fuera por volver a ese momento, porque volviera a latir el corazón con la misma intensidad, por excitarte, simplemente; por disfrutar. Húmedo. Sientes tu cara y la almohada mojada y te das cuenta de que se te han escapado unas cuantas lágrimas. Nostalgia. Negro. Stop. Ese instante en el que tu mente se queda en negro y no aparece ninguna imagen por miedo a seguir sufriendo y empapar aún más la almohada. Dormir.
Nada más abrir los ojos recuerdas lo que has soñado. A los cinco minutos se va. Malditos y efímeros sueños... Vas dispuesto a comenzar un nuevo día con energía y a olvidar ese pequeño desliz con tu nostalgia, tus recuerdos y tus lágrimas.
Estás en el trabajo, estudiando o haciendo cualquier otra cosa y en un momento aparece un flash, como que te deslumbra, que te distrae de tu rutina, como un suspiro, un halo, pero sigues con tus tareas. Mientras las haces, ahora la imagen pasa a cámara lenta por tu mente y lo entiendes todo: el sueño ha vuelto a ti, ese que nada más levantarte se ha ido, vuelve para recordártelo: Todo sigue dentro, en tu subconsciente. Esos momentos ya no se pueden borrar aunque tu cabeza se haga la despistada y los guarde en la caja que pone "Olvidados. Dañinos. No tocar". Han quedado grabados cual tinta sobre piel impoluta, ¿por qué? Porque ya no sólo son reales y están en tu cabeza, sino que también están en tu corazón.
No vemos utilidad en una almohada a parte de su función básica (comodidad). Es simple. Ahora estoy valorando a la mía como un objeto valioso que no querría perder porque sabe todo de ti, yo creo que incluso más. Es como un baúl de sueños, ¿verdad? Donde guardas todos tus recuerdos y secretos. Recuerdos y secretos que sacan tu luz y tu oscuridad. Tu risa o tu llanto. Lo que daría yo por abrir el baúl y ver cómo funciona todo esto de los sueños.
Si las almohadas hablasen, más de uno volvería a nacer.
"Sólo al soñar tenemos libertad, siempre fue así y siempre será". El club de los poetas muertos.