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domingo, 17 de junio de 2012

Atardecer

Imagina un atardecer. Sí ya sabes, de esos que salen siempre en las películas justo cuando el Sol va a desaparecer y va a dar paso a la Luna. Estás en la playa con el ruido de fondo de las olas que vienen y van. No se aburren, hacen siempre lo mismo, pero en sí sus movimientos son tan relajantes...

Estás tumbada en tu toalla con tus gafas de sol y tu cuerpo recibe los últimos rayos de sol. Das un sorbo a ese té helado que tanto te gusta y que pasa de tu boca a tu garganta reconfortándote. A lo lejos ves a alguien   que sale del agua. Es él. Llega corriendo hacia ti y te salpica y odias que siempre haga eso. Extiende su toalla y se queda mirándote, muy fijamente. Entonces tú, le miras a los ojos y te pierdes llegando incluso a marearte. Apartas la mirada, sonríes y te sonrojas. Él lo ha percibido y empieza a hacerte cosquillas. No hay sonido que más le guste que el de tus carcajadas, tan estruendosas y a la vez tan especiales.

Te coge en brazos y vais directos al mar. Tú intentas desesperadamente bajar pero él tiene más fuerza que tú. Frío mucho frío, pero acabas acostumbrándote a esa agua salina. Sientes por detrás unos brazos rodeándote y te das la vuelta. Ves su cara. Nunca antes habías visto un rostro igual y eso que habías soñado tantas veces con la persona adecuada e imaginabas cómo sería su rostro. Ahora, sus facciones eran para ti la belleza absoluta. No es que fuese el más guapo de todos, simplemente, su cuerpo era armonía para ti. Cerráis los ojos y ya sabéis lo que viene ahora: besos. Besos salados, como el mar; besos dulces, como él; besos tiernos, como tú.

Salís del agua agarrados de la mano y recogéis vuestras cosas y os dirigís hacia ese chollo de apartamento que habéis reservado por Internet. La verdad es que fue una ganga comparado con todo lo que realmente era y te ofrecía. Abrimos la puerta y dejamos las cosas tiradas allí, en cualquier parte del salón. Tú vas directamente a la ducha: la arena por todo el cuerpo es algo que has odiado desde que eras una niña cuando hacías castillos de arena en la orilla del mar.

Tras quitarte toda la sal y arena del cuerpo sales como nueva. Llegas a ese amplio dormitorio y a través de la ventana te das cuenta de que ya es de noche. Vas al armario y te pones la ropa interior y ese camisón azul que tanto te gusta. Estás pensando en qué hacer de cena y vas hacia la cocina. Justo en el pasillo oyes que dice tu nombre. Está en la terraza, "¿qué querrá ahora?" piensas en ese momento. La terraza es amplia, con una mesa de madera en el centro y varias rosas a su alrededor; en su mayoría, blancas. Lo mejor de todo: las vistas. Ves de fondo el mar, ese inmenso mar azul que te embelesa. Cuando sales a la terraza no lo puedes creer: él está ahí esperando con la mesa puesta, cual príncipe en su castillo con los mejores manjares esperando a que llegue su amada princesa para empezar la velada.

Hay poca luz con esa lámpara tan pequeña que hay afuera pero se intensifica más con las velas que él ha puesto en la mesa y por el suelo formando un círculo. La verdad es que la cena no podría haber salido mejor. Y lo mejor de todo es que ha preparado todo lo que te gusta, cosa que no puedes llegar a creer porque no sabe cocinar ni un huevo frito: Todas las veces que has cenado con él en alguna de vuestras casas y siempre has tenido que llevar tú las riendas en la cocina. "Debe de haberle costado mucho hacerlo", te decías a ti misma una y otra vez.

Exquisita. Ese ha sido el resumen. Te coge en brazos y te lleva hacia la habitación. Tú cierras los ojos y te dejas caer cuidadosamente sobre la cama. Enciende su reproductor de música y os dejáis llevar por ella. Desnudos y sin pudor comenzáis ese vaivén de caderas imitando el mismo movimiento de aquellas olas que habíais visto por la tarde en la playa. Parece que no os cansáis aunque el sudor os empape. Es ese motor llamado amor el que no os hace parar. Sólo vosotros fuisteis testigos de ese acto. Bueno no, la Luna y las estrellas, también.

Y acabáis mirándoos por enésima vez, cara a cara, al natural y ambos podéis ver reflejadas en vuestras pupilas, vuestras almas.

No sé si lo hizo aposta o no, pero dió en el clavo con las canciones que eligió que sonaran en esa fantástica e inolvidable noche...







Puede que no estéis justamente en una playa para poder hacer esto mismo. Seguramente, estaréis con cualquier gadget leyendo y teniendo quizás, un poco de envidia. A mí, me pasa igual. Creo que todos deberíamos tener un momento parecido a este con esa persona especial. Y si no lo has tenido aún (como es mi caso), espera con paciencia, que todo llega.

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