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martes, 14 de enero de 2014

Imperceptibles

Después de la tormenta siempre vuelve la calma, o al menos eso dicen. Aunque digo yo que si sale un poquito el sol, no estaría nada mal.
 
Disfrutar de los rayos de sol siempre viene bien, por eso el verano gusta tanto a la gente.
 
Cuando ya no das vueltas y desvarías llegas a la tranquilidad. Una tranquilidad aprendida y anhelada a lo largo de los años, en los que ya no te frustras como antes, mantienes las cosas a raya. Ni te inmutas ante palabras falsas o actos sin sentido. Simplemente, pasas, como la vida misma. A estas alturas de la película ya no puedes hacer un mundo de todo y quejarte por cualquier tontería, ¡Madurez ya! La madurez implica estabilidad y tranquilidad. Creo que si unimos los puntos podéis llegar a la conclusión de que a la tranquilidad se llega cuando eres maduro.
 
A mí me está pasando esto (o eso creo yo). ¿Y cómo lo sabes? Os estaréis preguntando. No sé daros una respuesta certera, pero lo que sé es que aunque haya estabilidad y tranquilidad, tiene que haber ciertos cambios. Sí, puede parecer muy ilógico pero es así.
 
A ese grado de tranquilidad o estabilidad se llega de la forma más inesperada, sin avisar, para que no te enteres y te sorprendas. A través de pequeños instantes, como estos...
 
Ese pequeño instante en el que sientes que todo marcha bien, que tras varias idas y venidas, tras mancharte de barro por caminos sinuosos llegas a ese pequeño oasis del desierto.
 
Ese pequeño instante en el que sabes lo que quieres y no pararás hasta alcanzarlo.
 
Ese pequeño instante en el que todo sale como tu quieres en el momento que tu quieres, sin prisa pero tampoco llegando demasiado tarde.
 
Ese pequeño instante en el que llevas las riendas de tu vida y que todo está bajo control.
 
Ese pequeño instante en el que sabes que estás haciendo lo correcto y la conciencia no te llama a gritos diciendo que hay algo que estás haciendo mal.
 
Ese pequeño instante en el que te arriesgas y no miras atrás.
 
Ese pequeño instante en el que nada ni nadie te detendrá.
 
Ese pequeño instante en el que sientes que haces las cosas que te gustan y no porque te lo diga nadie.
 
Ese pequeño instante de miedo antes de tomar una gran decisión. Ser maduro no significa que no sintamos miedo, al contrario, ¡admitir que tenemos miedo es de personas maduras!
 
 
Pues esos instantes duran poquísimo, tan solo unos segundos, son casi casi imperceptibles, como las estrellas fugaces de una noche de verano. Si ya has sentido alguno de estos instantes, bienvenido, ¡ya eres una persona madura!
 
Ahora, hay que hacer una cosa más, pero pequeña. Extender esos pequeños instantes y que se conviertan en instantes de las 24 horas, de los 365 días, de todos los años de tu vida.





 

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