Muchos lo hemos hecho desde que eramos pequeños. No sé quién nos lo enseñaría pero aunque parezca algo absurdo, yo siempre he mantenido la esperanza.
Estoy hablando de cuando encuentras un diente de león. Lo arrancas con sumo cuidado para que no se desprendan sus pequeñas partes plumadas. A continuación, cierras los ojos y pides un deseo. Soplas muy muy fuerte y esperas que ese pequeño deseo se cumpla algún día.
En mi caso, cuando soplaba me quedaba mirando a dónde iban todas esas pequeñas partes que volaban. Unos recorrían el suelo, y otros los tenías a la altura de tus ojos. Pero los que a mí más me gustaban eran aquellos que no podía alcanzar con las manos. Esperaba a que subiesen a una altura considerable y se los llevase donde el viento quisiera. Desde que hacía eso, en mi mente aparecía una imagen muy graciosa y a la vez muy tierna: Esas pequeñas partes, subían al cielo, y ahí, se encontraban con Dios, donde Él podía leer a través de ellos el deseo que habías pedido.
Aún lo sigo pensando. Porque en cualquier momento de tu vida Dios te sorprende y sabe cuales son tus deseos, y quizás, solo quizás alguno de los innumerables deseos pedidos de innumerables dientes de león puede hacerse realidad.
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