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sábado, 16 de febrero de 2013

Amanecer

Poco a poco la luz del sol me ciega. Abro un ojo y... ¡Ufff! ¡Eso duele! Vuelvo a abrirlos lentamente y ya me voy acostumbrando. Me quedo un rato sentado frente a la ventana. Cierro los ojos y siento cómo los rayos del sol penetran sobre mi piel blanca. Eso es lo mejor de los inviernos en Madrid: puede hacer mucho frío, pero que el sol no falte. 

Giro mi cuerpo desnudo inundado de los rayos del sol y la veo. Ella está perfectamente dormida. En ese momento no hay nada que le altere. Todavía sigo preguntándome cómo puede quedarse dormida con tanta facilidad. El sol no le molesta y parece que sonríe porque los rayos le dan de lleno en la cara.

Me gusta cuando duerme. A decir verdad, me gusta de todas las maneras. Me gusta su pelo castaño claro, sus ojos marrones, su nariz respingona, sus labios, carnosos, ¡qué labios! Tienen un color que no haría falta que se los pintara. Me gustan sus dos lunares alineados en el lado izquierdo de su cintura y su mancha de nacimiento en el lado derecho de su cadera. Me gustan sus piernas kilométricas. Me gusta todo de ella.

Y yo no sé de dónde ha salido ni cómo ocurrió todo, pero ahora es una parte de mí. Siento que la tengo que proteger a toda costa como si fuese una niña pequeña. Y ahora afirmo el dicho de "Cuanto menos lo buscas, lo encuentras". Ella es mi tesoro y yo soy el pirata que andaba por la isla desierta en busca del mayor tesoro jamás encontrado. Y ahora no me lo creo. 

Parece que está escuchando todo lo que sucede en mi mente; ella es muy Bruja Lola para esas cosas. Se gira y gira en la cama, parece no encontrar la postura. Acto seguido, se queda quieta y vuelve a respirar profundamente. Quizás esté soñando en la noche de ayer. La hicimos nuestra, bebiéndonos poco a poco ese  pequeño elixir llamado amor.

Me levanto, me visto y voy directo a la cocina a prepararle el desayuno: tostadas y zumo de naranja recién exprimido, su favorito. Cuando todo está listo, voy hacia la habitación y espero a que ella se despierte. No han hecho falta ni dos minutos para que ella abra sus ojos marrones y me sonría. Esa sonrisa perfecta que me desvela, que me gustaría mantener durante años y que a mí tanto me gusta.



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