Puede que el amor se nos agotara aunque yo lo negaba delante tuya una y mil veces. Que esta vez iba a ser diferente, que teníamos que luchar. ¿Luchar por qué? Me decías y por orgullo no te daba la razón porque decías la verdad.
¿Qué nos había pasado? Todas las cosas vividas no parecían haber significado nada para ti. Pero para mí, seguían siendo parte de los pensamientos nada más levantarme, al acostarme, lo que soñaba cada noche retomando cualquiera de nuestras citas. Ahora, me levanto sin un motivo claro, divagando por la calle, sin rumbo fijo, cayendo en la rutina del trabajo, sin poner demasiado entusiasmo a todo lo que hacía. Todo me recordaba a ti, porque hicimos de Madrid nuestro pequeño hogar.
Cada vez que quedábamos impregnábamos nuestros aromas, nuestras risas y nuestros besos por todo Madrid. Habíamos dejado huella y ahora, que no había nada, dolía cada día un poquito más. Ese banco de piedra blanco donde nos sentamos los dos por primera vez frente al lugar donde trabajo, sigue inmaculado, esperando a que otros hagan de las suyas, mientras yo sigo pasando cada día con nostalgia antes de ir a trabajar.
Nuestro restaurante favorito, nuestra calle favorita, nuestro sitio favorito, nuestro parque favorito... Y aunque mis amigas me lo prohíban, yo sigo pasando por el portal de tu casa, esperando, tal vez, que por casualidad, tú bajes a buscarme. Pero no es así.
Mi casa. Escuchar a través del telefonillo tu voz algo distorsionada pero que yo distinguía a la perfección. Cuando te abría la puerta y tu esbozabas una gran sonrisa al verme.
Mi cama, quizás algo pequeña para dos personas pero con sitio suficiente para albergar ese amor que tanto nos profesábamos.
Aparte de nuestra ciudad, queríamos también divulgar nuestro amor por el resto del mundo. París, oh là là!, ¡qué encanto de ciudad! Parecía que sabía que llegábamos para darnos un gran consejo: El amor lo puede todo, pero ese amor hay que utilizarlo bien en beneficio común. Pusimos nuestro amor plasmado en un candado con nuestros nombres en el famoso Pont des Arts donde todos los locos de amor admitían su "enfermedad": estar locos de amor, ese amor que no paraba sino que iba aumentando. Esa llave que tiraste para que el Sena se la tragase...
Recuerdos... La situación va normalizándose y aunque hayamos acabado de la peor forma posible sin poder mirarnos a los ojos, siempre nos quedará París.
No hay comentarios:
Publicar un comentario