Necesitaba escribir esto como el fumador necesita el piti de por la mañana. Tengo mono. Y es un no parar, una adicción.
He de confesaros que tengo un libro secreto con historias bonitas y no tan bonitas de mis experiencias. Un día me negué a continuarlo, a dejarlo guardado en el cajón de la mesilla por si algún día, lo retomaba. Han sido unas cuantas veces las que lo he vuelto a desempolvar, cerrando capítulos, en la que la protagonista aprendía en cada capítulo una valiosa lección pero ese libro es la perdición, es irresistible.
Todos los capítulos eran diferentes entre sí, contaban diferentes historias. Una historia por capítulo. Y el lunes acabé con el octavo, muy a mi pesar, porque me gusta que los capítulos sean largos y que duren pero aunque sea la que escribe el libro, los otros personajes precipitan siempre el final.
Este último ha sido diferente a los demás, no sé explicarlo muy bien, pero a la protagonista le pilló en un buen momento. Ella, que tomaba las decisiones según los hechos y no en las palabras, aunque a veces precipitadamente; esta vez, acabó el capítulo porque ella así lo quiso. Quizás para que la cosa no siguiera a más, para no darse de bruces otra vez aunque era imposible negar lo evidente entre ellos.
No sé cuándo llegará el noveno capítulo, me apetece guardarlo durante una temporada para que repose. Es un corazón cansado.
Pero aunque sean diferentes historias, se repite la misma temática y es algo que puede resultar aburrido para la protagonista y pesado para mí. Ella quiere acción, salir ilesa de cualquier situación, pero en estos temas las heridas de guerra son constantes.
Mirándolo bien, el nueve siempre ha sido mi número de la suerte. ¿Querrá decir algo? ¿Será el noveno capítulo, el capítulo final del libro?
Algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia.
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