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miércoles, 27 de diciembre de 2017

Maktub

Siempre me ha resultado maravilloso encontrar a personas que son luz. Hasta hace poco descubrí que todos tenemos una luz que nos hace brillar, que nace de dentro y sale hacia fuera. No todos la podemos ver, o no la queremos enseñar por miedo o timidez, o simplemente no nos fijamos demasiado. Pero siempre están ahí, intermitentes.

Él es una de esas personas que irradian luz y energía a su alrededor. No sabría decir en qué momento nos conocimos, aproximadamente hace dos años (ojalá haber coincidido antes en esta vida). Con el paso del tiempo pasamos de ser compañeros de trabajo a ser amigos: una delgada línea que es difícil traspasar, pero que es inevitable cuando coincides en un proyecto que implica verse doce horas al día. Era inevitable. 

Fue hace poco cuando me di cuenta de que había superado esa barrera: una vez en el trabajo nos miramos y nos empezamos a reír sin decir ni una sola palabra. Únicamente con mirarnos a los ojos sabíamos lo que ambos estábamos pensando. Esa es la señal. Ese es el momento en el que una persona rompe la barrera. A partir de ahí fue todo sobre ruedas.

Me gusta su capacidad de saber escuchar siempre. Es algo que agradezco mucho a las personas porque saben ponerse en el lugar de los demás, porque se preocupan por los demás, porque son empáticas. Pero también me gusta cuando habla, me gustaría grabarle (no por su acento murciano), sino para llevar su speech de positivismo a todos lados cuando estás de bajón.

Con él he tenido muchas conversaciones existenciales, pero una de ellas se me quedó marcada, esa no hizo falta grabarla: sólo hicieron falta diez minutos. Ese era el tiempo que tardábamos en ir desde donde trabajábamos hasta el restaurante donde comíamos con el equipo cada jueves.

Hablando de nuestras cosas y nuestros problemas cotidianos, me dijo que no teníamos nada de qué preocuparnos, cada uno estábamos destinados a algo: nuestros caminos, nuestros pasos, nuestros logros y nuestros errores nos llevarían algo que ya estaba escrito. Maktub. Esa es la palabra que aprendí en esa conversación. Yo no hacía más que interiorizar toda esa información y asimilarla.

Y la verdad es que no podía tener más razón. Siempre he creído en el destino y que las cosas verdaderamente pasan por algo e inevitablemente tienen que ser buenas o malas. Pero siempre te guían hacia algo. Te hacen aprender. Te hacen abrir los ojos. Te hacen madurar. Te hacen tener más experiencia en este camino llamado vida.

¿Ahora entendéis por qué he dicho antes que es una persona con mucha mucha luz? Por cosas como estas, me siento afortunada por tenerle a mi lado.

Por esa perspectiva y forma de ver el mundo tan positiva, por saber escuchar, por poder confiar en él tan rápido que da hasta miedo, por su incansable espíritu de descubrir, por su corazón aventurero, por su cuerpo que derrocha energía, por no tener miedo, por arriesgar siempre, por darlo todo por los que quiere, por su enorme sentido de la amistad, por su ganas de comerse el mundo, por no tener límites; ni por ponérselos tampoco, por ser la persona que mejor abandera la expresión carpe diem.

En definitiva, por saber AMAR LA VIDA INTENSAMENTE, así en mayúsculas.

¡Felices 24, amigo! Sigue brillando así de fuerte. Que nada ni nadie apague tu luz.





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