Las vacaciones llegaron a su fin. Demasiado cortas pero muy intensas.
La vuelta pensaba que iba a ser más dura, pero sorprendentemente he vuelto con mucha energía a pesar de haber dormido una media de cinco horas al día para aprovechar los días.
Sí, puede ser porque al fin, ha llegado ese momento zen que quería y que tanto buscaba después de un año complicado y sin parar. Este mes ha habido muchos muchos momentos y puedo atreverme a decir que ninguno malo. He tenido de todo: noches de fiesta con amigos, excursiones a casi cuarenta grados, probar platos típicos, risas, tomar cervezas sin darme cuenta de que las horas pasaban o simplemente mis momentos sola en el mar pensando en todo lo bueno que tengo a mi alrededor y lo afortunada que soy por poder hacer lo que hago. Cómo dirían Isa y Óscar: momentos retina que se quedan grabados para siempre.
Las islas griegas fueron todo un sueño hecho realidad. Llevar casi todo el año planeando el viaje y ver que todo salía según nuestros planes fue una de las mayores satisfacciones del verano. Pero todo esto no podría haber sido posible sin mis amigos. Cada verano nos superamos más. Miedo me da el año que viene...
No se me pueden olvidar momentos imborrables con gente incansable, con el mismo entusiasmo y ganas de vivir.
Haber superado el primer día después de coger tres aviones y pasarnos las horas muertas en el aeropuerto por huelga tiene su mérito: Cantar en el coche de línea de Nemesio (así es como llamamos al primer conductor pero que en realidad no sabíamos cómo se llamaba) y llegar a los apartamentos de madrugada con ganas de comernos Grecia.
La alarma de Maldita Nerea para levantarnos y que Isa me despertase con un beso en la frente y un "buenos días, amore" con su sonrisa, no tenía precio.
Las playas de piedras dejándonos los pies únicamente para ver la famosa playa roja. Subir 750 escalones para ver la puesta de sol en Oia. Dicen que ahí se puede ver la mejor puesta de sol del mundo. Creo que puedo afirmarlo...
Nuestras comilonas al probar la primera moussaka, el tzatziki, el queso feta o todas las riquísimas comidas de pollo o cordero.
Nuestra animadverión a las cortinillas de las duchas, la alarma de bomba nuclear de Alex y nuestros saltos en la cama, ese aire acondicionado que no funcionaba a no ser que cerrases la puerta del apartamento o la furgoneta que nos llevaba donde sólo cabían ocho, cuando éramos once.
Esas locuras por las noches de ir de bar en bar arrasando nada más entrar o darlo todo con las canciones de Grease y nuestros italianos. El desfase en Far Out y su música electrónica con el contraste de la música en directo de un artista desconocido mientras tomábamos una copa.
El deseo de las chicas de ponernos morenas y pasarnos las horas muertas tomando el sol y echándonos crema. Como diría Rocío: moreno sublime.
Uno de los mejores momentos fue alquilar quads. Mis intentos fallidos de grabar un vídeo en el que se nos viera a todos conducir y lo único que se me oye en los vídeos es: "¡Chicos, saludad!" Las vistas rodeando la montaña para bajar a la playa y el momento pink ladies patrocinando una discoteca. Volver de noche e ir en línea unos detrás de otros cuidando de que todos llegáramos sanos y salvos.
Perdernos por las estrechas calles de Ios con sus adorables casitas blancas y hacernos fotos en cada esquina y en los molinos aunque los de La Mancha, siento decirlo, son muchísimo mejores (orgullo español).
Llegar al caos de Mykonos lleno de gente, sin aceras e ir sorteando a los coches, motos, quads y autobuses. Nuestra querida cerveza Mythos y nuestros inolvidables momentos en Skandinavian Bar como el de la subida de Óscar a la tarima y gritar: "¡Viva España, viva el rey, viva Coopera".
Nuestra ya tradicional fiesta en blanco menos David a pesar de haber repetido mil veces que metiésemos algo blanco en la maleta... Y que todo el mundo se nos quedase mirando.
Las caras de todos los camareros cuando íbamos a comer o a cenar y decir: "We're eleven" llenando los restaurantes casi enteros.
Los bailes y movimientos de cadera de Mario cuando ponían reggaeton. Nuestros frappés medium y sweet y lo más importante, ¡con leche! después de comer o los yogures helados.
Nuestras caminatas y visitas muriéndonos de sed y calor por Delos o la alegría de descubrir que entrábamos gratis a cualquier museo por seguir siendo "estudiantes" (gracias carné universitario de la UAM).
Los malditos mosquitos que nos acribillaban por la noche, dormir en un barracón (literal), las inundaciones en el baño por no tener cortinilla ni fregona con la que limpiar, escuchar los aviones despegar y querer morir habiendo llegado a las 6 am a casa... O esos intentos fallidos de conectarnos al wifi y que se cortase cada dos por tres.
Los horribles viajes en ferry tirados en el suelo con dolor de espalda y cuello por intentar dormir pero que ninguno conseguía salvo Víctor.
Llegar al hotel de Atenas y descubrir que los baños tenían mampara y jacuzzi. Creo que el grito que pegamos las chicas al verlo en nuestra habitación lo oyeron los chicos que estaban en el último piso con una terraza con vistas al Acrópolis. La ducha de ese día por una vez pudo extenderse más de la cuenta...
Los desayunos que nos marcábamos en el hotel: bacon, mixtos, sandía con yogur griego, galletas, cereales, café, zumo y dejar sin reservas a los dueños del hotel (así somos los españoles cuando pone que el desayuno viene incluido).
El impresionante Partenón y retroceder siglos en la historia y saber que allí empezó todo. Isa y su devoción por las cariátides e intentar posar para parecerse a ellas. Y por supuesto nuestra última cena: ese riquísimo salmón o dorada al horno con vino blanco por el barrio de Monastiraki.
Los regalos de última hora por Atenas y como no olvidar, nuestras frases míticas que íbamos apuntando en el móvil para poder recordarlas a lo largo de los años.
Ese momento horrible de despedirnos en Madrid en el aeropuerto por la noche... Al día siguiente fue todo muy extraño: no tener a diez personas más desayunando, comiendo o cenando conmigo fue lo peor.
Supongo que este viaje no podría haber sido gracias a ellos, que son lo mejor de este mundo. Gracias por ir mejorando cada año. Espero poder seguir recordando más momentos retina, recorrer y descubrir el mundo con vosotros. Gracias.
Lavar ropa y volver a hacer la maleta para el siguiente destino: Polonia. Sí, ese país europeo que pasa bastante desapercibido y que no puede atraer mucho pero que tiene ciudades preciosas. Cada país tiene su misterio y gracias a mi cámara pude capturar todos esos pequeños sitios con encanto. Como visita obligatoria es Auschwitz. Tendrás todo el día la cara mustia, sin ganas de nada pero es toda una lección de vida, una introspección que hay que hacer con uno mismo.
Como diría George Santayana: "Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo". No tengo nada más que añadir.
Volver a Madrid pero poco tiempo para irme a mi pequeño retiro en la sierra de Madrid y descansar unos días con mi familia a la que tanto echaba de menos antes de mi último destino: Viena.
Reencontrarme con mi pequeña amiga austriaca, Andrea, fue lo mejor del verano. Como si no pasase el tiempo (un año) conseguimos hacer de ese viaje, un viaje increíble. Ir al palacio de Sissi y revivir nuestros tiempos de infancia cuando veíamos de pequeñas la serie de Sissi por la tele.
Nuestras comidas/picnics en el parque y ser la mar de felices con una ensalada y una cocacola. El famoso schnitzel y no poder terminar el plato de lo enorme que era. Nuestras increíbles conexiones mentales, o nuestras fotos con el palo de selfie como los chinos. La puesta de sol a orillas del Danubio o aquella tarde comiendo tarta Sacher frente la Ópera de Viena; sin hablar la una con la otra de lo tremenda que estaba la tarta con su posterior ruta en bici por la ciudad a pesar de su odiosa lluvia al final de la tarde. Pero todo eso se arregló con la merecida cena que nos marcamos en Vapiano.
Nuestros viajes en metro (parece que vivíamos en él porque era donde pasábamos más tiempo), o mis intentos frustrados de aprender alemán intentando repetir el nombre de las paradas del tranvía mientras Andrea se reía de mí. Conseguí sobrevivir con mi 'basic German' gracias a ella.
Apurar el último día en un parque lejos de Viena, y ver todo verde, sin oír nada y alquilar un barquito para dar una vuelta por el lago. Comer un simple pan con humus y escuchar música mientras mirábamos las nubes. ¡Con qué poco éramos felices!
Gracias Andrea por ser ese ejemplo de que la amistad no tiene fronteras. Ardo deseosa de que llegue el verano que viene para que vengas a Madrid.
Un viernes por la noche viendo a mi pequeño Jose (por decir pequeño) haciendo sus pinitos en el mundo de la improvisación. ¡Progresas adecuadamente!
Y cómo no, como cada primer finde de septiembre ir a la feria en Álcazar de San Juan. Supongo que ya era hora de tener un finde con mis chicos, reírnos sin parar y hacer lo mismo de siempre después de cuatro años yendo. Lo bueno, se repite una y otra vez. Lo mejor sin duda: los churros a las 6 de la mañana, andar hasta casa para que se pasen los efectos de la noche, dormir hasta las dos, bajar a comer a la feria, sacar a pasear a Luni o ver a las primas de Jose que son todo un amor.
Llegó el domingo y Guille y yo íbamos reflexionando sobre la vida mientras volvíamos a Madrid. Todo llega a su fin y el tiempo pone a cada uno en su lugar. Eso es lo que pudimos concluir después de hora y media de viaje.
Este ha sido sin duda uno de mis mejores veranos, de los que a mí me gustan (sin pisar Madrid). Estoy con las pilas cargadas tanto física como mentalmente y es un subidón increíble.
Me acuerdo de algo que me dijo Óscar en Grecia: "Bea, tienes que saber lo que quieres y cuando lo tengas claro, nadie podrá pararte". Creo que ha llegado el momento: sé lo que quiero y cómo conseguirlo. ¡Ya nadie me puede parar!
Vamos a por esta nueva etapa que empieza!!!!
Os dejo fotos de todas mis aventuras, para que os situéis un poco...
B.
Red Beach, Santorini
Puesta de sol en Oia, Santorini
Mykonos
Ios
Santorini
Delos
Paradise Beach, Mykonos
Partenón, Atenas
Cracovia
Bagry, Cracovia
Varsovia
Castillo Wawel, Cracovia
Segovia
Palacio Schönbrunn, Viena
Palacio de Beldevere, Viena
Hundertwasserhaus, Viena
Iglesia de San Carlos Borromeo, Viena
Puesta de sol en el Danubio
Ópera de Viena
Laxenburg
Laxenburg