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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cosmos

Ante la inmensidad nos sorprendemos. No nos damos cuenta de que somos muy pequeños, infinitamente pequeños comparados con el universo, con aquello tan lejano y tan bello. Nuestros problemas, a los que nosotros consideramos tan grandes y enormes son insignificantes comparados con otros muchos que se sufre en este mundo, póngase de ejemplo la pobreza y el hambre.

Estamos dentro de un todo. Somos como células en un laboratorio en el que nos ponen a prueba para ver cómo reaccionamos ante el cambio. Somos como una marioneta en una obra de teatro. Pero, ¿y quién es el científico? ¿Quién es el que mueve los hilos para que una marioneta mueva un brazo o una pierna?

Difícil pregunta diréis y ¡cuántas interpretaciones puede haber! Muchos pueden decir que es el destino, otros que es la suerte y otros, mucho más egoístas dicen que ellos son dueños de su futuro. En sí, todos tienen parte de razón y no se la quito a nadie y respeto todas y cada una de las propuestas.

Yo, sin embargo, me aventuro y pienso que los hilos de mi vida en particular los mueve Dios, mi Dios. Él, que me guía y está siempre conmigo ante cualquier dificultad. Es cierto que no es fácil seguirle y muchas veces puedes desistir ante tantas injusticias que acontecen en el día y día y dices ‘¿Dónde estás?’ ‘¿Por qué no haces nada?’ Puede que a esto no tenga respuesta pero lo que sí os puedo decir es que pone muchas piedras en el camino para que puedas levantarte y no volver a repetir los mismos errores de nuevo. Te ayuda indirectamente a crecer y a vivir.

No debemos esconder nuestros problemas, sin ellos no seríamos lo que somos ahora ni formaríamos lo que formamos: el infinito. Ese infinito que no acaba nunca, que es eterno, como Él.



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