"¿Qué es lo que esperáis de la India?" Esa fue la pregunta con la que empezamos la cena en casa de los Christiansen.
Óscar, Alex y yo nos miramos perplejos. No sabíamos qué responsder. Era una pregunta difícil de responder, así, sin anestesia. A unos pocos días de irnos a la aventura india, estábamos muy nerviosos por el viaje y por fin llegó el momento de ver a nuestra amiga.
Yo respondí: "Pues Dori, yo supongo, que ver vida y cultura diferente. Pero sobretodo, desconectar". Tampoco sabíamos muy bien cómo responder. Si me volvieran a hacer la misma pregunta, no podría parar: India es todo el caos inimaginable, pero a la vez es un caos organizado. Y diréis, ¿pero cómo eso es posible, Bea? Pues veréis, no sé qué narices hay en el ambiente, que todo funciona, a su manera, pero funciona.
Tras un aterrizaje forzoso en Moscú, corriendo sin parar por la terminal para no perder la siguiente conexión del vuelo, perder la maleta, que nos cancelasen nuestra reserva del hotel y que nos estafaran en otro, llegamos a Delhi. India nos había recibido de la mejor manera posible, en su formidable caos. Gracias Óscar por tu mente fría, sensatez y saber qué hacer en ese momento. De no ser por ti, Alex y yo nos habríamos vuelto locos.
Recuerdo perfectamente el reencuentro: 12 de agosto a las 22:00h en el Starbucks de Hauz Khas Village. Sin poder comunicarnos, llegamos (como siempre), puntuales. Vimos aparecer con tu macuto, parecías un caracolillo con la casa a cuestas. Ya se nos encendió la alarma, algo habías cambiado. Sin duda, en Madrid no irías con esas pintas... ¡Por fin los cuatro juntos! Qué subidón de energía, a pesar de todas los tropiezos del viaje. Ya estábamos tranquilos. La cena fue un momento de ponernos al día de tooooodo lo que había pasado. El tiempo que pasamos en Delhi, su horroroso calor y humedad fueron llevaderos gracias a Javi por ofrecernos su casa esos días y a Paula por hacernos de guía turística. Esa mañana en Old Delhi (vaya shock). Jamás había visto tanto choque de realidad: pobreza en estado puro, pero a la vez, vida por todas partes. En un cruce podías juntarte con una bici, un coche, una moto, una vaca, una cabra, un camión, un rickshaw y personas esquivando el tráfico. Entre las callejuelas descubrimos la verdadera India: oliendo a especias por todos los lados.
Nuestras visitas a la mezquita Jama Masjid, Lodhi Garden y al templo Akshardham eran un preparatorio para todo lo que nos venía encima. Pusimos rumbo a Agra en un tren en segunda clase. Imaginaos a cuatro españoles en un tren que parecía sacado de Auschwitz... Llegamos cansados y tras varios incidentes (como siempre), en el rickshaw, a punto de cancelarnos la habitación del hotel y sin cena ninguna, éramos felices porque al día siguiente íbamos a ir al Taj Mahal. Creo que el jamón serrano de esa noche y una ducha con mampara nos supo a gloria.
A las 6:00 am del día siguiente, ya estábamos listos para ir hacia el Taj. Eran las 7:30 y ya había una cola inmensa. Era un día especial porque ese día, 15 de agosto, se cumplían 69 años de la independencia india. ¡No podíamos haber elegido mejor día! Fue pasar un arco y a lo lejos ya se veía. ¡Qué maravilla! (y nunca mejor dicho). Nos quedamos hipnotizados de tanta inmesidad y tanto mármol blanco. Era como un imán que te atraía. No había otra cosa alrededor. El Taj lo eclipsaba todo. Tras tres horas deambulando de aquí para allá, y reflexionando sobre la vida, prometimos frente a una de las maravillas del mundo, que visitaríamos las otras seis restantes, los cuatro juntos. Seguidamente, fuimos al fuerte de Agra. Todo un descubrimiento cuando llegamos a una estancia que desde lejos parecía que había alguna farola o lámpara, pero no, fue llegar y era el reflejo y la luminosidad del blanco del mármol. Ese día mi cámara estaba que ardía de tanta foto. Alrededor del río Yamuna, nos despedimos del Taj Mahal a lo lejos.
Con la felicidad por las nubes, nos tomamos un merecido café. Después llegamos al hotel y nos recogió nuestro conductor Raju (Ramón para nosotros). Dejamos a Isa en el aeropuerto de vuelta a Bombay y nosotros seguimos nuestro camino hasta el siguiente destino: Jaipur. Con miedo de qué nos pasaría con el hotel, después nuestras experiencias fallidas, nos llevamos una sorpresa cuando nuestra anfitriona nos recibió con los abiertos: desayuno perfecto y poner lavadoras sin parar para poder sobrevivir a los días siguientes. Hacía un día perfecto: llegamos al Amber Fort. Ya desde lo lejos veíamos una hilera de elefantes subiendo el fuerte. Los ojos nos hacían chiribitas. Como podéis leer, era todo un espectáculo para nuestros ojos. Toda la mañana en el fuerte, sin parar de flipar en colores con cada detalle y cada rincón.
En la comida, le pedimos a Raju, que nos llevara a un restaurante típico indio. ¡Dicho y hecho! En aquel sitio, no cabían más de veinte personas y nos sentamos ante la atenta mirada de los demás. Sin cubierto, nos pusimos a comer. Queríamos vivir la experiencia india a más no poder. Simple, en un horno de tierra, probamos el mejor chapati de toda India, en aquel pequeño restaurante.
Después dedicamos toda la tarde a las compras. ¡Menuda tarde! Entrar a una tienda era la perdición: color por todas partes, vendedores que te hablaban y te enseñaban absolutamente todo lo que tenían. Entramos en una tienda donde te sientan en un colchón en el suelo y te servían un masala chai. Ellos ya sabían que iba durar un rato largo nuestra visita. Más de una hora (yo diría incluso más de dos), estuvimos regateando e intentando conseguir un precio aceptable para todo lo que compramos. Salimos con la cabeza como un bombo y seguimos recorriendo calles y calles llenas de comercios. La disposición de las tiendas iba por gremios: telas, comida, especias, plata, joyas. Cada una en una calle diferente. Nos dirigíamos a la calle de la plata, pero fue tal agobio de la cantidad de gente que había que decidimos volver hacia atrás. Tarde. No podíamos ni rotar sobre nosotros mismos ni ir para atrás... Logramos salir tras varios minutos de desesperación.
Al día siguiente, después de nuestra evasión gracias al hotel occidentalizado de aquella agradable mujer en Jaipur, pusimos rumbo a Udaipur. Nada más que ocho horas en coche. Sí, habéis leído bien, ocho horas de trayecto para únicamente ¡400 kilómetros! Allí, el máximo permitido son 90 km/h y Raju lo llevaba a rajatabla. Había que contar además con que en medio de una carretera podías encontrarte con una vaca pasando por en medio, gente andando sin precaución ninguna. "Ya parará" supongo que pensaban. Todas estas circunstancias hacían que los viajes en coche fueran una odisea.
Como siempre, Óscar y yo nos quedamos dormidos en el trayecto (el coche atonta mucho). Al abrir los ojos, estábamos entrando en Udaipur. Dije, no puede ser. Nos hemos equivocado, ¡esto no es India! La mayor parte de la ciudad estaba asfaltada, la gente era más civilizada, no había tanto ruido como en las otras ciudades. Sabíamos que Udaipur nos iba a marcar. Y así fue...
Nada más llegar al hotel (una pasada), parecía que estábamos en la película de Aladdin... Fuimos corriendo corriendo a ver un espectáculo de folclore indio: Sin palabras. Yo no paraba de mirar de una lado para otro porque aparecía alguien bailando, dando vueltas sobre sí mismo, música en directo, una historia que contar... Justo al lado de este sitio estaba el maravilloso lago Pichola. Ver el atardecer era un regalo para los ojos. Os recomiendo ver la película
El exótico Hotel Marigold, así sabréis de lo que hablo.
Visitamos el City Palace y como no podía ser de otra forma, siempre vamos dando que hablar allá donde vamos. En una de las infinitas salas, Óscar y yo nos pusimos a hacer el tonto y había una pareja española que nos miraba discretamente, con alguna que otra sonrisa. Claro, lo bueno de viajar a un país donde nadie habla tu idioma es un punto a tu favor, pero muchas veces no te das cuenta de que hay muchos españoles que viajan y que el mundo es un pañuelo (nunca mejor dicho).
Pasamos a la siguiente sala, y alguien nos chistaba. Nosotros seguimos a nuestra bola, porque pensábamos que no era a nosotros. Y otra vez. Y seguimos andando por la sala. Y otra vez y ya Alex se dio cuenta de que era un amigo del trabajo, Íñigo. Y resulta que la pareja que vimos en la primera sala, ¡eran sus padres! Qué vergüenza. Lo que decía, el mundo es un pañuelo. Al salir del City Palace fuimos hasta el lago Pichola para dar una vuelta en barca. Coincidimos otra vez en la cola de las barcas e hicimos el trayecto juntos. Desde lejos, vimos indios en paños menores bañándose en el lago. Quedamos esa noche a cenar con Íñigo para ponernos al día. Creo que fueron las cervezas más largas de toda la historia. Los camareros, cansado de decirnos que cerraban el restaurante, decidieron apagar las luces y cerrar el restaurante con nosotros dentro.
Al día siguiente, visitamos el templo hinduista, Jagdish Temple. Un impresionante templo ubicado en el centro de la ciudad que se veía desde cualquier parte. Pasamos la tarde de compras y esta vez los chicos monopolizaron las compras: se hicieron no sé cuantas camisas y algún que otro traje. Veíamos imposible que pudieran hacer todos los pedidos en una noche porque al día siguiente cogíamos el coche a otra ciudad. Pero confiamos en lo que nos dijeron. Cerca de nuestro hotel, pasamos por un sitio de cuero y creo que nos llevamos la tienda entera de bolsos, cuadernos, carteras, etc. Nos volvimos locos, sí.
Nos levantamos bastante animados porque íbamos a Ranakpur una ciudad pequeñita, que tenía un templo jainista espectacular según nos había contado Dori. Estábamos desayunando en la terraza del hotel cuando nos avisaron. ¡Habían traído las camisas y trajes! Nos quedamos atónitos. Todo perfecto. El día había empezado de la mejor manera posible.
Montamos en el coche camino de Ranakpur. El camino hacia Ranakpur, aunque bastante tortuoso y del que acabamos con un dolor de cuello importante por tanto sube y baja, fue un paisaje verde, verde, jamás visto hasta ahora en India. El monzón había hecho su trabajo. Por el camino encontramos monos que subían a nuestro coche y que se dejaron hacer fotos. Llegamos al templo: silencio. Había mucha mucha gente pero no se oía ni un ruido.
Antes de entrar estábamos cerca de unos arbustos y salió una niña india. Nos dijo si podíamos hacerle una foto, pensamos que después nos pediría dinero. Pero no, únicamente nos pidió que le enseñásemos cómo había salido. Después, salió corriendo y desapareció. Jamás vi una niña tan hermosa y con unos ojos tan negros llenos de pureza. De película.
Al entrar al templo nos envolvió un aire de tranquilidad. Era un sitio con algo especial. Cada columna tenía un motivo diferente. Recuerdo perfectamente quedarnos sin habla frente a una ventanal que daba a ese tesoro verde de árboles que lo cubrían todo. Allí llegué a mi liberación, o
moksha, como lo llaman los hinduistas. Me dio tiempo a reflexionar sobre todo lo que me había pasado en el año y ordenando todos mis pensamientos. Salimos perplejos de aquel sitio en medio de la selva donde encontramos la paz.
Seguimos nuestro viaje de carretera hacia Jodhpur, la ciudad azul. Allí nos dimos un pequeño homenaje y fuimos a un hotel 5 estrellas:
Ajit Bhawan Palace. Era un pequeño palacete que los dueños habían convertido una parte en hotel, y menudo hotel. Recibidos como marqueses con nuestras pintas de pordioseros, nos guiaron hasta nuestra habitación (esa habitación era más grande casi que mi casa). Una cama donde cabían cuatro personas, un baño enorme donde ver pasar las horas, en fin, una maravilla. Aprovechamos una hora para darnos un baño en la piscina, ducharnos y quedarnos a cenar en el hotel.
La terraza del hotel tenía piedrecitas blancas en el suelo y pequeñas fuentes alrededor que hacían que sólo se oyera el agua caer. Eso era un alivio para nuestros oídos que llevábamos los pitidos de los coches de melodía de fondo. Nos trasladamos por una noche a una isla balear, así lo imaginamos nosotros.
Nos levantamos con más energía que nunca, desayunamos y nos despedimos con tristeza de aquel sitio maravilloso para ir a nuestro siguiente destino: Jaisalmer. Pero primeramente teníamos que ir a por Isa al aeropuerto, que ella se unía ese finde con nosotros. Jamás se me olvidará su entrada triunfal al salir del aeropuerto. El aeropuerto era bastante pequeño y había mucha gente esperando. Ella salió tan estupenda con pantalones verdes, camisa verde, collares largos, pañuelo rosa y sus gafas. Solo podía ser ella. Salí corriendo a darle un abrazo. Todo el mundo se quedó mirándonos (en India está prohibido y mal visto que dos mujeres se abracen), mientras nosotras solo podíamos reírnos.
Llegamos a Jaisalmer y antes de cenar fuimos a visitar la ciudad dorada. Al día siguiente confirmaríamos ese dorado. Fuimos a un pequeño lago y cenamos en una terraza desde donde se veía toda la ciudad. Esa noche fue una noche especial. Entre cerveza y cerveza nos confesamos todo, sin tapujos, dejamos nuestros miedos al desnudo, mostrándonos tal y como éramos, reales, declarándonos fan absolutos de nosotros mismos, de lo afortunados que éramos por estar juntos, por burlarnos de las distancias y declarando al mundo que nuestra amistad iba para rato. Desde ese instante, supimos que también se pueden tener hermanos de distinta madre.
Borrachos de alegría nos adentramos en la ciudad dorada. Turismo sin parar entre las
havelis (casas típicas de Jaisalmer) y cómo no, su fuerte. Aguantamos como pudimos el tipo los cuarenta grados y humedad sin parar. Por la tarde, nos tocaba excursión al desierto de Thar, frontera con Pakistán. Dimos un paseo en camello para ver el atardecer: espectáculo para nuestros ojos. Cenamos alrededor de una hoguera y cantando sin parar.
Al día siguiente, llevamos pronto a Isa al aeropuerto con tristeza, pero nos veríamos pronto en Bombay. Nosotros pasamos el día en Jodhpur para ver la ciudad y fuerte. Desde el fuerte toda la ciudad se veía azul, porque estaba pintada de azul todas sus casitas. Habíamos salido tan contentos del palacete/hotel, que decidimos cancelar nuestra reserva en el hotel que teníamos y volver al hotel de la otra vez jajajaja.
Al día siguiente nos despedimos de nuestro conductor, Raju. Fue duro porque había sido un conductor excepcional, con el que compartimos muchos momentos y aventuras, siempre dándonos los mejores consejos para evitar colas, ir a los sitios menos explorados o comer en los restaurantes más tradicionales. Cogimos el avión en Jodhpur hacia Bombay para pasar los últimos días de nuestra aventura con Isa.
Bombay era una burbuja. Literal. Los cinco días que pasamos allí con Isa fue una abstracción absoluta de nuestro alrededor: mi madre tuvo que preguntarme si estaba viva. Pero con Isa es plan continuo. Bombay no era nada parecido a lo que estábamos acostumbrados a ver en Rajastán. Bombay era más cosmopolita. Juro que si no supiese que estaba allí, podría decir que la noche en Bombay era igual que cualquier ciudad europea.
Muchos de los restaurantes eran occidentales y nos hacían sentir como en casa, que no venía mal después de estar todo el viaje con el picante...
Victoria Station es una de las cosas más bonitas que vi en Bombay. Era como trasladarse a Londres en el siglo XIX. La universidad era la típica victoriana y su campus, ¡qué campus! Allí vimos a mucha gente practicando cricket.
Llegamos a odiar las distancias y el transporte público cuando Isa nos dejó a la aventura para ir a Elephanta. Una isla a la que había que coger el tren (imaginaos el tren), un taxi y después un ferry de casi dos horas. Llegamos exhaustos pero aún nos esperaba una empinada subida y finalmente, llegamos. Unas cuevas enormes llenas de templos y estatuas enormes dedicadas a Shiva. Aquí descubrimos que los monos no son tan simpáticos.
En Bombay descubrimos que odiamos (aún más) el tráfico, los atascos y los pitidos. Creo que nunca he estado ni llegaré a estar tanto tiempo metida en un taxi para una distancia tan corta.
También tuvimos las noches más surrealistas habidas y por haber. Estuvimos en una recepción de la embajada de Ecuador en India para presentar chocolate y flores. Allí vimos por primera vez como una venezolana sacaba a bailar a Óscar (inaudito) y bailamos con el cónsul de Ecuador y Argentina.
Otra de las noches conocimos al jefe de Isa con sus amigos en una discoteca y acabamos de gintonics hasta las trancas. Al día siguiente no había quien nos levantase...
Los días pasaron muy rápido y despedirnos fue duro. Esta vez no lloré. Vi a Isa muy feliz y contenta con todo lo que había coseguido. Me fui con la conciencia tranquila de que ella estaba bien y había conseguido adaptarse al ambiente, que en India, no es nada fácil.
Agradecimos a Isa su hospitalidad y ser la perfecta anfitriona (como siempre) y sentirnos parte de su pequeña familia en Bombay: sus compañeros de piso, Pepa y Pablín; sus vecinos y amigos ecuatorianos, Pame y Jorge, que nos trataron como si fuesen nuestros padres y sus amigas vascas, Ainara y Sonia. Sin duda, esa pequeña familia se había formado para poder desconectar y evadirse del mundo indio.
Creo que no tenemos palabras de agradecimiento hacia ti, Isa. Por guiarnos y estar siempre al tanto durante nuestra travesía que hicimos sin ti, por dejarnos descubrir lo maravillosa que es la India, por amarla y odiarla a partes iguales, y por ser una AMIGA (así en mayúsculas) excepcional. Recorreríamos el mundo entero para seguirte allá donde fueses mil y una veces.
El viaje de vuelta dio de hablar también (no esperábamos menos). Tras nuestro vuelo Bombay-Delhi, Delhi-Moscú, todo iba demasiado bien hasta que retrasaron nuestro vuelo dos horas. Al subir al avión hubo un fallo y tuvimos que bajarnos y esperar a otro. Pero no había aviones para nosotros. Nos llevaron en autobús no sabemos dónde, mucho más lejos que la pista de aterrizaje, con el aire acondicionado (¿aire acondicionado en Rusia?), y por fin, subimos a un avión que utilizaba el Manchester United. No, si cuando digo que podría escribir un libro con este viaje, es que es así...
Llegamos a Madrid. Nostalgia. Pusimos fin a uno de los viajes más importantes y maravillosos de nuestra vida. Gracias Óscar y Álex por ser los perfectos compañeros de viaje y hacer mucho más fácil cada obstáculo que encontramos en la India y en la vida...
Si me volvieran a hacer la pregunta que me hizo Dori, sobre qué esperábamos de la India, podría responder sin problemas y faltarían horas para describir todo lo que me hizo sentir: India me cambió, me ayudó a calmarme, a no ser tan dramática y no ver el fin del mundo, a ver que hay personas muchísimo peor que yo y que son felices, a intentar ser menos materialista, a no planear nada, ya que todo cambia constantemente, a no ser tan cuadriculada, a ser más valiente, a ser más decidida, a ser más paciente, a tener más corazón, a ser más amiga, a ser más humana. Mi versión 3.0 se forjó en la India.
Nunca agradeceré lo suficiente lo que hizo este país conmigo, que me cambió los esquemas y me hizo removerme por dentro.
Aquí van algunas de las tantísimas fotos de este increíble viaje.
Niña india en Ranakpur
Lago Pichola, Udaipur
Taj Mahal, Agra
Delhi
Amber Fort, Jaipur
Templo jainista, Ranakpur
Desierto de Thar
Taj Mahal, Agra
Victoria Station, Bombay
Jaipur
Selva de camino a Ranakpur
Jagdish Temple, Udaipur
Jaisalmer
Bada Bagh, Jaisalmer
Bahía de Bombay
Isla Elephanta, Bombay
Isla Elephanta, Bombay