Translate

domingo, 22 de marzo de 2020

STOP. PAUSE. PLAY.

Nunca pensé que íbamos a vivir una situación como esta: extraña, inexplicable, impotente.

Admito que fui de las que no se creían nada y que la prensa estaba exagerando. Estaba equivocada. Y mucho. No sabía la que se nos venía encima.

Pienso que se nos ha ido de las manos y el mundo peía un respiro desde hace tiempo. Las prisas, no mirar el reloj, no parar en casa, el ritmo frenético del trabajo y la rutina que nos impedían disfrutar de lo más importante y lo más sencillo. Qué paradójico, ¿verdad?

Antes no nos planteábamos que la libertad o el simple hecho de salir a la calle fuera tan preciado. Y aquí estamos, confinados en casa por un periodo de quince días. Y por cómo evoluciona la situación, yo creo que serán unos cuántos más.

Tengo sentimientos encontrados: por una parte, pienso que somos un país fuerte y que saldremos de esta, y de todo lo que nos echen, porque así somos los españoles, luchadores y cabezotas. Siento que estamos unidos y tenemos que seguir unidos para poder vencer esta situación. Nos sentimos orgullosos por ser el primer país donante de órganos, por lo que tendremos que seguir dando ese ejemplo de solidaridad porque es la única manera de que salgamos adelante.

Por otra parte, me da pena, rabia e impotencia todo esto que está pasando: mucha gente sigue saliendo a la calle sin motivo alguno ante el estado de alarma en el que estamos. Es triste ver que el ser humano en muchas ocasiones sigue siendo egoísta e individualista y no piensa en el bien común ni en ayudar al prójimo. Y ahí es cuando me derrumbo y tengo menos fe en la humanidad.

Yo siempre he creído que las cosas pasan por algo, para que aprendamos algo. Sin duda, esta es una prueba que tiene la humanidad para volver a empezar de cero, y analizar si verdaderamente lo que estamos haciendo, lo estamos haciendo bien o tendríamos que cambiar algunas cosas. Yo creo que sí…

Quiero sacar el lado positivo a este confinamiento en casa: soy afortunada por poder estar en casa teletrabajando y admiro a las personas que tienen que salir de sus casas todos los días para que todo siga funcionando y parezca que no haya pasado nada y todo siga en orden.

Agradezco poder desayunar tranquila en casa sin prisas, y comer en casa comida recién hecha, no recalentada del tupper.

Agradezco ponerme los cascos mientras trabajo sin ninguna interrupción.

Agradezco poder tomarme un té a media tarde en mi terraza y que me de un poco el sol.

Agradezco tener mis ratitos para poder leer esos libros que se me acumulan en la mesilla, o a ver esas series pendientes, o a escribir todo lo que se me pasa por la cabeza.

Agradezco salir a las ocho de la tarde a mi terraza y que todo mi edificio salga a aplaudir para dar las gracias a todo el personal sanitario por el GRAN trabajo que están haciendo, cuidando de los que más lo necesitan poniendo sus vidas en peligro. Reconozco que se me caen las lágrimas al ver esta unión y que se repite en otros lugares de España y del mundo. Dentro de este caos, siento que hay una conexión. Quizás a partir de ahora, valoremos mucho más la sanidad pública e invirtamos más en ella, así como en la investigación.

Espero que este tiempo nos invite a reflexionar sobre nosotros mismos, que seamos valientes y que nos atrevamos a decir te quiero, a pedir perdón cuando nos hayamos equivocado y a perdonar y dar una segunda oportunidad, porque no sabemos si habrá una tercera.

Espero que cuando volvamos a salir a la calle valoremos más lo que tenemos: que no nos afecte tanto las nimiedades del día a día y valoremos más un abrazo, un beso, que te den la mano, salir a correr, ir al cine, tomar unas cañas, saltar en un concierto, bañarse en el mar, cenar con tus amigos, viajar, y así infinidad de actividades que habíamos pasado inadvertidas porque se hacen rutinarias. Pero en verdad, son estas cosas, las que podemos compartir con las personas que amamos, las que hacen la vida EXTRAORDINARIA.

Y por favor, que no sea un virus el que nos lo tenga que recordar.

#yomequedoencasa #todosaldrábien



lunes, 6 de enero de 2020

To' pa' lant

El 2018 fue una hecatombe (sí, sigo siendo un poco dramas), así que el 2019 sólo podía ir a mejor. Y no defraudó. Para mí, sin duda, los veintiseis han sido el mejor año de mi vida. El nueve al final dio suerte...

Empecé el año un poco alicaída porque pensaba que iba a ser igual que el anterior. Pero el primer fin de semana de enero me quedé a dormir en casa de mi tía Carmen. Es una de nuestras tradiciones. Llevo haciendo ese plan desde que tengo uso de razón con mis hermanas y para nosotras era salir de nuestra rutina y ser un poco más libres de las normas de mamá y papá. Con el paso del tiempo, esa tradición sigue, pero mi tía, para exprimirnos más, nos da audiencia y pasamos cada una un fin de semana con ella y se adapta al plan que nosotras queramos hacer. Es un ser maravilloso.

Ese fin de semana, me sinceré con mi tía al máximo y le dije textualmente: "Tía, estoy perdida. No me encuentro y no sé por dónde seguir". Mi tía, que es muy muy sabia me dijo: "Te entiendo, cariño. Yo estoy igual. Ha habido años muy malos, pero este va a ser nuestro año".

Mi tía que es muy brujilla para esas cosas, cree firmemente en la astrología y que todo pasa por algo y tiene un por qué en nuestra vida. Empezamos a hablar de los signos del zodiaco. Ella es Sagitario como yo y en el 2019, Júpiter nuestro planeta regente, iba a transitar durante todo el año por nuestro signo.

Júpiter permanece en cada signo del zodiaco durante un año para brindarle un año lleno de buena suerte, energía positiva y muchos cambios.

Yo un poco atónita, no me lo creía mucho pero mi tía tiene un poder de convicción bastante grande por lo que tuve que creérmelo. No quedaba otra. Y en verdad, llevaba toda la razón.

En el trabajo aprendí a relajarme y no tomarme las cosas tan a lo personal. Aprender a hacer mi trabajo y no estresarme tanto. Aceptar que había épocas malas en el trabajo y saber que al final todo salía, que yo valía y podía con todo. Cambiar de trabajo fue una de las mejores decisiones que he tomado este año. Sin duda, el estrés ha desaparecido y mi salud mental ha mejorado con creces. Ahora tengo tiempo, tiempo para mí. Tiempo para emplearlo en lo que a mí me gusta. Ahora los fines de semana me parecen eternos porque no tengo que ir con el portátil a cuestas y salgo a horas decentes para poder descansar. Ahora todo es mucho más tranquilo y el ambiente es increíble: tengo unos compañeros maravillosos. Sí, mi calidad de vida se ha multiplicado por mil.

El cambio de trabajo en verano supuso que no tuviera las infinitas vacaciones que había tenido hasta ahora, así que únicamente pude tener una semana. Y como soy un culo inquieto, no me quedé descansando. Uno de mis propósitos siempre ha sido hacer el Camino de Santiago. Así que este año como todo iba a mi favor, me lo propuse como reto.

Mi hermana y yo hicimos el camino francés desde Ponferrada hasta Santiago. 209 kilómetros de superación mutua. Desde quemaduras por el sol, lluvia incesante durante una etapa, ampollas, dolor de pies, de espalda, cuestas infinitas, bajadas que asustaban y pensamientos de querer abandonar, hicieron de esa semana la mejor en cuanto a desconexión y superación personal.

Conseguí disfrutar del camino, que de eso se trata. Poner todos mis pensamientos en orden y darme una palmadita en la espalda y una vocecita en mi interior que me decía: "Bien hecho. Ya queda menos. Tú puedes". Poder disfrutar del paisaje verde tan precioso de Galicia, nos conformábamos con poder llegar a un albergue y que hubiera sitio, ducharnos y ponernos las chanclas para descansar los pies y comer mientras brindábamos con una Estrella Galicia. Esa era nuestra meta diaria. 

Llegar a Santiago con ojeras por los suelos y los pies reventados, pero sabiendo que habíamos llegado a nuestro destino final. Un día soleado, la catedral nos esperaba con todos los peregrinos y con las gaitas de fondo sonando. Un viaje que recordaré siempre con mi hermanita porque me confirmó que nada es imposible y que podíamos con todo a pesar de todo.

Septiembre, es siempre volver a la rutina. Como siempre digo, es un mes nostálgico pero a la vez, es la segunda oportunidad del año para poder hacer todo lo que no hemos podido hacer con nuestros retos y propósitos hasta entonces. Tras dos años, he vuelto a la rutina del deporte y cada vez me gusta más y estoy encantada de poder dedicar unos minutos del día sólo para mí. Estoy cada vez más interesada en la nutrición y en llevar un estilo de vida saludable en la medida de lo posible: cada vez me gusta más cocinar y hacer recetas nuevas. Doy gracias a mi santa madre por "obligarnos" de pequeñas a estar con ella en la cocina viendo cómo cocinaba. He descubierto una pasión que tenía escondida.

Sigo trabajando mi autoestima y mi control sobre mis emociones. No ser tan perfeccionista, ni tan negativa, ni tan impaciente ni tan ansiosa. Las cosas llevan su tiempo y más cuando se trata de crecimiento personal. De darse cuenta que la única persona que va estar soy YO misma, aprender a decir que no, deshacerse de malos hábitos, así como de personas tóxicas y no conformarse con nada ni con nadie, aspirar siempre a ser mejor cada día, pero sin compararse con nadie, únicamente conmigo misma. 

En definitiva, buscar lo que te haga bien, ser valiente y arriesgar, rodearte de gente buena que sume y que no reste, creer en ti y elegirte siempre como primera opción por encima de todo.

Esto hay que grabárselo a fuego y que nadie te haga dudar de ello nunca.

Yo pensaba que en diciembre iba a poner mi broche de oro al mejor año que había tenido porque es mi mes favorito, pero la vida es dura e injusta siempre y se llevó a uno de mis tesoros más preciados. Mi abuelo falleció tras dos años luchando contra esta enfermedad tan fea, el cáncer. Era y será la persona más fuerte y valiente que he conocido. Te fuiste un día antes de mi cumpleaños y me partió el alma. Lo entiendo, querías estar con la abuela allí arriba celebrando también su cumpleaños. No me enfado, simplemente es que a veces soy muy egoísta y te quería aquí conmigo.

Guardo en mi memoria, en mi retina y en mi corazón para siempre todos nuestros momentos: en el parque, en inculcarme tu pasión por los animales viendo los documentales de La 2 y no quedarnos dormidos, en intentar aguantar la risa cuando venían las hormigas "rastrojeras", en ser tu "muchacheja" y protegerme siempre. Me vendrás a mi mente cada vez que huela romero. Ahora, sé que me cuidarás y me darás fuerza desde arriba.

Los veintisiete vinieron con un aire de tristeza en casa, pero esto hizo que mi familia y yo nos uniéramos mucho más y si tengo que sacar algo positivo de esto, es que la familia está siempre y familia, significa hogar.

Mi amiga Isa, que siempre me lía para cualquier cosa, me animó a que me apuntara la carrera de San Silvestre para correrla juntas. ¡Uf! Yo es que nunca había corrido tanto y no estaba tan preparada ni entrenada. Estuve una semana literal sin poder dormir bien porque pensaba que no iba a acabarla y me retiraría antes de llegar a meta. ¡Error de libro, Beatriz! ¡Siempre lo mismo! Finalmente la acabé y mejor de lo que me esperaba: correr por todo Madrid, con el ánimo de toda la gente y de Isa fue el chute definitivo para llegar a meta. Eso y la fuerza que me enviaste abuelo, por eso te la dediqué. Acabar el año superando otro reto y otro propósito fue cerrar de verdad el 2019 como se merecía.

Llega el 2020. Otra década: ¿se puede saber cómo ha pasado toda una década tan rápido? Efectivamente, el tiempo vuela y la vida pasa. Le pido a esta nueva década que me de serenidad y madurez para afrontar todo lo malo que venga, mayor conciencia de todo lo que vivo, no mirar atrás, abrazar la vida con sus cosas buenas y cosas malas y creer en mí. Ese es mi propósito de este año: creer en mí porque está demostrado, que puedo con todo.

En octubre, Isa y yo viajamos a Córdoba para ver en concierto a Leiva. Estábamos emocionadísimas. Esa noche llovió y finalmente cancelaron el concierto por el temporal. Nos quedamos con las ganas, pero teníamos plan B, tiempo de calidad entre nosotras. Me gusta la forma tan positiva que tiene siempre de ver las cosas y que me va contagiando poco a poco. Al día siguiente, hacía un día maravilloso: sol, cielo azul y ni una sola nube. ¿Qué tipo de broma era esa? No era ninguna broma, ese fin de semana pude comprobar que esa situación que vivimos, era la vida misma.

Yendo hacia el centro, cerca de donde nos habíamos alojado, en una pared blanca vimos este mensaje. Ambas hicimos una foto. Somos firmemente creyentes del destino y eso era una señal.



Así que "to' pa' lant" y sin frenos hacia esta nueva década que se nos presenta llena de nuevas ilusiones y oportunidades.

¡Feliz 2020, feliz década, feliz vida!

B.


martes, 1 de enero de 2019

El mundo es de los valientes

Creo que no ha habido año que tuviera más ganas de que acabara el año. Me he pasado estos últimos días pensando qué había podido fallar...

Empecé el año con energía y con muchos propósitos porque cumplí los ansiados y/o temidos 25. Todo el mundo me decía que los 25 eran los mejores de todos, sin duda. Una mierda. Para mí han sido los peores y más difíciles (ya sabéis que yo soy una rarita y voy siempre a contracorriente). A nivel personal y profesional fue un caos: hubo muchas crisis, ganas de abandonar y mandar todo a la mierda, literal. Por eso abracé los 26 hace dos semanas como un niño abraza a su peluche favorito.

Preguntarse todos los domingos por el origen del universo y el lugar que ocupaba (y ocupo) en el mundo y no obtener respuesta. Me considero la drama queen de los domingos y los lunes luchaba por sobrevivir en la oficina. No había motivos ni motivación alguna para seguir (o al menos mi dramatismo así lo veía).

Todo empeoraba y el estrés, derivó en ansiedad y la ansiedad derivó en una somatización física que me sentía una mujer mayor físicamente. Ansiedad por comer, por ser (aún más) maniática, por ser derrotista, desganada, conformista y sin ningún plan a corto/medio plazo (como siempre). Si me preguntasen ahora como me veo en unos años, no veo nada, todo negro. Y así como respuesta a todos los campos de mi vida. Siento que todo el mundo avanza y que yo sigo estancada sin saber muy bien qué hacer y cómo continuar.

Me he sentido sola y eso que yo siempre presumo de tener mucha gente a mi lado, pero me he dado cuenta de que vivimos en una sociedad muy egoísta e individualista y eso me da vueltas y me estalla la cabeza. A la hora de la verdad, todo el mundo mira por su culo y ahí te quedas. 

Todos estos hechos me han hecho madurar mucho y salir de la burbuja de utopía en la que vivía y aceptar la realidad de que la vida es muy dura: que no siempre el esfuerzo funciona, que todo se rige por el coleguismo y la cadena de favores, por la mentira (que me repatea) y que la suerte quizás sólo exista para aquellos que tienen una flor en el culo y no viene aunque la busques ni por gracia divina va a aparecer así porque sí. Así va el mundo, así tenemos el mundo que merecemos, patas arriba lleno de injusticia.

Y esto sólo es una décima parte de lo que pienso pero no es cuestión de hundirme en la miseria y autocastigarme más porque estoy harta de la "realidad" que mostramos y de lo felices que somos por redes sociales y es algo que me repatea (me incluyo en esta falsa felicidad), pero es imposible estar siempre feliz y ser perfecto aunque intenten demostrarnos lo contrario con una instantánea porque ésta habrá sido repetida n veces para que sea la perfecta. Y no, que no nos vendan lo contrario. Hay días que son malos y tristes y no pasa nada por admitirlo, no es un crimen, somos humanos, sentimos. El Mr. Wonderfulismo del que yo soy aférrima, me empieza a fallar.

Admito y me reitero que ha sido un año duro, en el que todo el trabajo de introspección hecho estos años se ha perdido un poquito y me ha dado de lleno en la autoestima. Touché.

Como todo, ha habido muy buenos momentos con risas porque no entiendo la vida sin risas, pero este año se han ensombrecido un poco. Me quedo con dos momentos mágicos y claves de este año: mi viaje de voluntariado a Ghana que me dio la vida y que por primera vez en mi vida me hizo olvidarme de todo lo que tengo en Madrid. Es curioso que esas semanas donde no tenía nada y había que improvisar y tener un plan B siempre, fui feliz. Y mi viaje a Colombia, que me hizo sentirme viva, a saber desconectar, a soñar (más), a creer en los imposibles y a ver un rayito de luz a pesar de la oscuridad

Estoy medio tumbada en la cama dispuesta a coger mi diario y escribir mis propósitos de este año. Siempre lo he tenido muy claro, pero esta vez estoy un poco lost. Quizás lo mejor será no esperar nada, bueno, ya veré, me resisto a no hacer una lista (estáis leyendo a una maniática de las listas y post-it donde apunta todos los to do del día).

Lo único que tengo claro es que si este año ha sido de subida, este año llegaré a la cima, disfrutaré de las vistas, gritaré y reiré en la bajada, ¿no? Por lógica digo, no por autoconvencimiento...

Que sigamos cayéndonos y aprendiendo a gorrazos (como diría mi amigo Guille), pero que nos levantemos y nos miremos las manos llenas de heridas y cicatrices, que nos sintamos orgullosos y que tiremos pa´lante y le echemos huevos (mi amiga colombiana María se reirá por esta expresión) a la vida. Porque sí, porque somos valientes y eso le pido al nuevo año, ser valiente para afrontar y dejar los miedos atrás y seguir hacia adelante.

¡Ah!, y el número nueve es mi número favorito... ¿Se alinearán los astros para que este sea mi mejor año?

Salud, amor y risas siempre.

B.

domingo, 28 de enero de 2018

Manifiesto vital

Hace poco descubrí esta maravilla de texto por redes sociales y que me gustaría dejarlo aquí, perenne, para aquellos domingos de existencialismo en los que nos sentimos perdidos y no sabemos por dónde empezar ni seguir.

Quiero que sea como ese libro que dejamos en la mesilla de noche para echarle mano cuando queramos...

Las cuatro leyes de la espiritualidad de la filosofía hindú

La primera dice: “La persona que llega es la persona correcta”, es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.

La segunda ley dice: “Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido”. Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: “si hubiera hecho tal cosa hubiera sucedido tal otra…”. No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.

La tercera dice: “En cualquier momento que comience es el momento correcto”. Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuando comenzará.

Y la cuarta y última: “Cuando algo termina, termina”. Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.

Creo que no es casual que estén leyendo esto, si este texto llegó a nuestras vidas hoy; es porque estamos preparados para entender que ningún copo de nieve cae alguna vez en el lugar equivocado”.

domingo, 31 de diciembre de 2017

Qué guay todo

Hace poco os conté en un post, que no había hecho lista propósitos para el 2017 y fue algo que no me perdoné. 

Hoy me han salido los recuerdos en Facebook de todos los años que compartía mi tradicional post de fin de año. Obviamente no ha salido el del año pasado y me ha dado rabia. Así que me he prometido hacerlo hoy sin falta. Llamadme supersticiosa, pero yo creo que por eso el año no haya sido uno de los mejores hasta ahora...

Pido este año más que nunca, salud. Era algo que no me planteaba porque mi alrededor afortunadamente goza de buena salud, pero el fallecimiento de mi abuela María en verano, fue la bofetada de realidad que me hacía falta.

Mi abuela fue como una segunda madre para mí y que inconscientemente crees que los abuelos van a ser eternos, pero no. Te das cuenta de lo que es el dolor y esa sensación de echar de menos de verdad. También aprendes a valorar el tiempo, de lo rápido que pasa y de lo importante que es pasar tu tiempo con las personas que quieres porque es un verdadero regalo. Ahora sé que otra estrella me está cuidando desde el cielo.

Algo que ya aprendí tiempo atrás, y en relación al tiempo que pasamos con los nuestros, este año he tenido la suerte de seguir tan bien con los que quiero. Me he dado cuenta de que los que quieren estar de verdad contigo, van a estarlo siempre; por muchas piedras en el camino, por mucha distancia que haya de por medio, por muchas malas rachas que tengas o por cualquier discusión o malentendido que pueda haber habido. Nunca hay excusas, siempre hay y tiene que haber tiempo para los nuestros porque lo importante es darse cuenta de que el tiempo es lo mejor que puede ofrecerte una persona. Es cuestión de organizarse y de ganas. 

Y para los que se hayan ido o haya echado de mi vida, pues encantada de haber coincidido en esta vida. Cero rencores, que os vaya bonito. Al fin y al cabo, cada uno debe seguir su camino...

Lo mejor de este año sin duda, fue mi experiencia de voluntariado a Perú. Yo que pensaba que era una persona tímida y un poco miedica, me armé de valor y me aventuré sola a esta maravilla de experiencia. Aparte de todo lo que te remueve por dentro, y te hace más humana, me dio la oportunidad de autoconocerme un poco más, y de que soy más fuerte de lo que pensaba y una persona valiente (nunca pensé que iba a decir esto de mí misma).

Hace dos semanas entré en los "temidos" 25. Sí, esos que dicen que dan vértigo porque el tiempo pasa excesivamente rápido. Yo de momento me siento mejor que nunca (seré yo la rara). Este es el punto de inflexión en el que sabes que ya las bases tienen que estar asentadas, que ya estás formado: tu manera de pensar, tu personalidad, etc. Luis, creo que la versión 3.1 de Bea ya ha llegado...

Para esos malos momentos, Guille me enseñó algo que de verdad mejora la situación en la que te encuentras y al menos te ríes de la situación. Un día hablando por teléfono me dijo: "Bea, vamos a patentar una cosa. Cuando me cuentes algo malo o que te afecte acaba la frase con un qué guay todo". Yo me empecé a reír. "Y me dijo: ¡Venga, inténtalo! Venga cuéntame otra vez lo que me has dicho pero con el toque final". Pues parecerá una chorrada, pero funcionó, realmente te alivia. Así que esa va a ser nuestra filosofía a partir de ahora: ¡Qué guay todo! No sabría cómo definirlo, es una forma de pensar que no todo es tan malo, que todo se va a solucionar, a tomarnos las cosas a risa. ¿Lo he explicado bien, Guille?

Pues para este año pido más salud, más risas, más besos, más abrazos, más perdones, más amor, tener más tiempo libre, conocerme más, crecer más, viajar más, más aventuras y pasar mucho más tiempo con los míos. Así de sencillo, no pido más.

2018, prometo que este vas a ser mi año así que allá vamos... ¡Qué guay todo!




miércoles, 27 de diciembre de 2017

Maktub

Siempre me ha resultado maravilloso encontrar a personas que son luz. Hasta hace poco descubrí que todos tenemos una luz que nos hace brillar, que nace de dentro y sale hacia fuera. No todos la podemos ver, o no la queremos enseñar por miedo o timidez, o simplemente no nos fijamos demasiado. Pero siempre están ahí, intermitentes.

Él es una de esas personas que irradian luz y energía a su alrededor. No sabría decir en qué momento nos conocimos, aproximadamente hace dos años (ojalá haber coincidido antes en esta vida). Con el paso del tiempo pasamos de ser compañeros de trabajo a ser amigos: una delgada línea que es difícil traspasar, pero que es inevitable cuando coincides en un proyecto que implica verse doce horas al día. Era inevitable. 

Fue hace poco cuando me di cuenta de que había superado esa barrera: una vez en el trabajo nos miramos y nos empezamos a reír sin decir ni una sola palabra. Únicamente con mirarnos a los ojos sabíamos lo que ambos estábamos pensando. Esa es la señal. Ese es el momento en el que una persona rompe la barrera. A partir de ahí fue todo sobre ruedas.

Me gusta su capacidad de saber escuchar siempre. Es algo que agradezco mucho a las personas porque saben ponerse en el lugar de los demás, porque se preocupan por los demás, porque son empáticas. Pero también me gusta cuando habla, me gustaría grabarle (no por su acento murciano), sino para llevar su speech de positivismo a todos lados cuando estás de bajón.

Con él he tenido muchas conversaciones existenciales, pero una de ellas se me quedó marcada, esa no hizo falta grabarla: sólo hicieron falta diez minutos. Ese era el tiempo que tardábamos en ir desde donde trabajábamos hasta el restaurante donde comíamos con el equipo cada jueves.

Hablando de nuestras cosas y nuestros problemas cotidianos, me dijo que no teníamos nada de qué preocuparnos, cada uno estábamos destinados a algo: nuestros caminos, nuestros pasos, nuestros logros y nuestros errores nos llevarían algo que ya estaba escrito. Maktub. Esa es la palabra que aprendí en esa conversación. Yo no hacía más que interiorizar toda esa información y asimilarla.

Y la verdad es que no podía tener más razón. Siempre he creído en el destino y que las cosas verdaderamente pasan por algo e inevitablemente tienen que ser buenas o malas. Pero siempre te guían hacia algo. Te hacen aprender. Te hacen abrir los ojos. Te hacen madurar. Te hacen tener más experiencia en este camino llamado vida.

¿Ahora entendéis por qué he dicho antes que es una persona con mucha mucha luz? Por cosas como estas, me siento afortunada por tenerle a mi lado.

Por esa perspectiva y forma de ver el mundo tan positiva, por saber escuchar, por poder confiar en él tan rápido que da hasta miedo, por su incansable espíritu de descubrir, por su corazón aventurero, por su cuerpo que derrocha energía, por no tener miedo, por arriesgar siempre, por darlo todo por los que quiere, por su enorme sentido de la amistad, por su ganas de comerse el mundo, por no tener límites; ni por ponérselos tampoco, por ser la persona que mejor abandera la expresión carpe diem.

En definitiva, por saber AMAR LA VIDA INTENSAMENTE, así en mayúsculas.

¡Felices 24, amigo! Sigue brillando así de fuerte. Que nada ni nadie apague tu luz.





lunes, 25 de diciembre de 2017

Relativizar

Soy la primera que cuando le pasa algo, hace un mundo de eso. Soy una "dramas", sí. La verdad que es complicado para cualquier persona, ver que cuando no estás en el mejor momento, viendo con perspectiva que en verdad podríamos estar mucho peor. Y así es.

Muchas veces no vemos lo afortunados que somos por tener un techo del que protegernos, una cama donde dormir, una familia, unos amigos, unos estudios, unas oportunidades. Desde pequeña siempre me he sentido agradecida por poder abrir un grifo y que saliese agua. Me parecía fascinante.

Cuando me pasa algo malo, y tengo el día "depre", mis amigos siempre me dicen que no hay por qué ponerse a llorar, que hay cosas peores en el mundo. O como me dice Isa: "Hoy te dejo que estés mal, pero mañana te lo prohibo". Qué bueno tener personas a tu alrededor que te recuerden que todo no es tan malo como tú lo ves o lo sientes.

Con el paso del tiempo, te das cuenta que todo por lo que lo pasaste mal, ahora lo ves una absoluta gilipollez (con perdón). ¡Pero es que es así! Y ahora te ríes de lo tonta que fuiste en ese momento. Supongo que en el futuro me reiré de las tonterías por las que me preocupo ahora.

Así que sí. Tengo que sentirme afortunada por todas las cosas buenas que tengo y que me están pasando, aunque muchas veces haya días grises, son parte de la vida para que valores los días buenos. 

Siéntete afortunado/a, por todo lo que tienes, por todas las personas que tienes a tu alrededor, y por todo lo bueno que te va a pasar...

¡Feliz Navidad!



Esta es la canción favorita de papá en días como éste: siempre nos la pone de fondo en casa en Navidad... Y es que realmente, la vida es realmente maravillosa, sólo depende de cómo quieras verla.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

I'm back

No sé en qué momento se me pasó por la cabeza dejar de lado esto...

Me parece una barbaridad haber estado casi dos años sin escribir absolutamente nada. Este año no hubo propósitos para el 2017 y así pasó, que el año empezó mal. Pero como dice ese gran dicho: "No es cómo se empieza, sino cómo se acaba". 

Y os preguntaréis, ¿cómo es que no has tenido tiempo en dos años para escribir? Pues bien, volví de India con las pilas cargadas y con las ideas muy claras, pero duró muy poco: Más responsabilidades el año pasado en el trabajo, que implicaban muchas horas, incluidos fines de semana... Así que el poco tiempo que tenía libre lo dediqué a dormir, estar con mis amigos o viajar como forma de escapar de esa asquerosa rutina.

No había manera humana de volver a escribir, la inspiración no venía y podría haber contado mil cosas, pero no era capaz. Sentí (siento), que perdí un año de mi vida por culpa del estrés y el agobio continuo. A todo esto se le sumaron una serie de catastróficas desdichas como varios desamores (as always), el fallecimiento de mi abuela... Todo se juntó y antes de las vacaciones exploté. Necesitaba unas vacaciones urgentemente y no veía el fin del trabajo.

Mamá, que es la persona más positiva del mundo, siempre me decía que ya era hora de que la suerte cambiara. Pero yo como siempre lo veía todo negro. Mamá, no sé lo que haría sin ti...

Decidí irme tres semanas de voluntariado a un orfanato de Perú yo sola. Ya os dije que India me hizo ser más valiente y si me dijeran de hacerlo hace unos años me negaría en rotundo. 

No sé cómo lo hice pero conseguí cuadrar un mes de agosto perfecto: la boda de mi amigo Félix, tres semanas de Perú y una semana en Croacia con mis amigos de la universidad para rematar. VERANAZO.

Y me hizo mucha falta. Os contaré mi experiencia en Perú en el próximo post, porque de verdad fue una cura de humildad y una regeneración interna muy buena y necesaria.

Llegó septiembre y me prometí tomarme el trabajo con mucha más calma, no llevarlo al terreno personal. Al fin y al cabo, en la vida no es todo trabajar. Y llevo dos meses tomándomelo con otra filosofía: poco a poco, sin prisa, pero sin parar tampoco. Y la verdad es que funciona. Tengo tiempo para hacer muchos de mis hobbies, y tener mucho tiempo para mí, que es lo que me hizo falta el año pasado.

Tenía en mente volver a escribir, pero tenía miedo de abrir el ordenador y quedarme mirando a la pantalla sin poder escribir nada, sin una sola idea... Pero hace poco, alguien me dijo que siempre había tiempo para todo. Que si esto era realmente lo que me gustaba, tenía que seguir y sacar tiempo como fuera. Ese fue el empujón definitivo.

Y aquí estoy, con ganas de más, de más historias, de más ideas, de más todo.

Como me dijo mi amigo Luis tras vernos después del verano. "Bea 3.0 ha llegado". Y así es, y con más fuerza e ilusión que nunca.

Mamá tenía razón: La suerte, por fin, cambió a mi favor.



lunes, 16 de octubre de 2017

India, ese caos que funciona

"¿Qué es lo que esperáis de la India?" Esa fue la pregunta con la que empezamos la cena en casa de los Christiansen.

Óscar, Alex y yo nos miramos perplejos. No sabíamos qué responsder. Era una pregunta difícil de responder, así, sin anestesia. A unos pocos días de irnos a la aventura india, estábamos muy nerviosos por el viaje y por fin llegó el momento de ver a nuestra amiga. 

Yo respondí: "Pues Dori, yo supongo, que ver vida y cultura diferente. Pero sobretodo, desconectar". Tampoco sabíamos muy bien cómo responder. Si me volvieran a hacer la misma pregunta, no podría parar: India es todo el caos inimaginable, pero a la vez es un caos organizado. Y diréis, ¿pero cómo eso es posible, Bea? Pues veréis, no sé qué narices hay en el ambiente, que todo funciona, a su manera, pero funciona.

Tras un aterrizaje forzoso en Moscú, corriendo sin parar por la terminal para no perder la siguiente conexión del vuelo, perder la maleta, que nos cancelasen nuestra reserva del hotel y que nos estafaran en otro, llegamos a Delhi. India nos había recibido de la mejor manera posible, en su formidable caos. Gracias Óscar por tu mente fría, sensatez y saber qué hacer en ese momento. De no ser por ti, Alex y yo nos habríamos vuelto locos.

Recuerdo perfectamente el reencuentro: 12 de agosto a las 22:00h en el Starbucks de Hauz Khas Village. Sin poder comunicarnos, llegamos (como siempre), puntuales. Vimos aparecer con tu macuto, parecías un caracolillo con la casa a cuestas. Ya se nos encendió la alarma, algo habías cambiado. Sin duda, en Madrid no irías con esas pintas... ¡Por fin los cuatro juntos! Qué subidón de energía, a pesar de todas los tropiezos del viaje. Ya estábamos tranquilos. La cena fue un momento de ponernos al día de tooooodo lo que había pasado. El tiempo que pasamos en Delhi, su horroroso calor y humedad fueron llevaderos gracias a Javi por ofrecernos su casa esos días y a Paula por hacernos de guía turística. Esa mañana en Old Delhi (vaya shock). Jamás había visto tanto choque de realidad: pobreza en estado puro, pero a la vez, vida por todas partes. En un cruce podías juntarte con una bici, un coche, una moto, una vaca, una cabra, un camión, un rickshaw y personas esquivando el tráfico. Entre las callejuelas descubrimos la verdadera India: oliendo a especias por todos los lados.

Nuestras visitas a la mezquita Jama Masjid, Lodhi Garden y al templo Akshardham eran un preparatorio para todo lo que nos venía encima. Pusimos rumbo a Agra en un tren en segunda clase. Imaginaos a cuatro españoles en un tren que parecía sacado de Auschwitz... Llegamos cansados y tras varios incidentes (como siempre), en el rickshaw, a punto de cancelarnos la habitación del hotel y sin cena ninguna, éramos felices porque al día siguiente íbamos a ir al Taj Mahal. Creo que el jamón serrano de esa noche y una ducha con mampara nos supo a gloria.

A las 6:00 am del día siguiente, ya estábamos listos para ir hacia el Taj. Eran las 7:30 y ya había una cola inmensa. Era un día especial porque ese día, 15 de agosto, se cumplían 69 años de la independencia india. ¡No podíamos haber elegido mejor día! Fue pasar un arco y a lo lejos ya se veía. ¡Qué maravilla! (y nunca mejor dicho). Nos quedamos hipnotizados de tanta inmesidad y tanto mármol blanco. Era como un imán que te atraía. No había otra cosa alrededor. El Taj lo eclipsaba todo. Tras tres horas deambulando de aquí para allá, y reflexionando sobre la vida, prometimos frente a una de las maravillas del mundo, que visitaríamos las otras seis restantes, los cuatro juntos. Seguidamente, fuimos al fuerte de Agra. Todo un descubrimiento cuando llegamos a una estancia que desde lejos parecía que había alguna farola o lámpara, pero no, fue llegar y era el reflejo y la luminosidad del blanco del mármol. Ese día mi cámara estaba que ardía de tanta foto. Alrededor del río Yamuna, nos despedimos del Taj Mahal a lo lejos.

Con la felicidad por las nubes, nos tomamos un merecido café. Después llegamos al hotel y nos recogió nuestro conductor Raju (Ramón para nosotros). Dejamos a Isa en el aeropuerto de vuelta a Bombay y nosotros seguimos nuestro camino hasta el siguiente destino: Jaipur. Con miedo de qué nos pasaría con el hotel, después nuestras experiencias fallidas, nos llevamos una sorpresa cuando nuestra anfitriona nos recibió con los abiertos: desayuno perfecto y poner lavadoras sin parar para poder sobrevivir a los días siguientes. Hacía un día perfecto: llegamos al Amber Fort. Ya desde lo lejos veíamos una hilera de elefantes subiendo el fuerte. Los ojos nos hacían chiribitas. Como podéis leer, era todo un espectáculo para nuestros ojos. Toda la mañana en el fuerte, sin parar de flipar en colores con cada detalle y cada rincón. 

En la comida, le pedimos a Raju, que nos llevara a un restaurante típico indio. ¡Dicho y hecho! En aquel sitio, no cabían más de veinte personas y nos sentamos ante la atenta mirada de los demás. Sin cubierto, nos pusimos a comer. Queríamos vivir la experiencia india a más no poder. Simple, en un horno de tierra, probamos el mejor chapati de toda India, en aquel pequeño restaurante.

Después dedicamos toda la tarde a las compras. ¡Menuda tarde! Entrar a una tienda era la perdición: color por todas partes, vendedores que te hablaban y te enseñaban absolutamente todo lo que tenían. Entramos en una tienda donde te sientan en un colchón en el suelo y te servían un masala chai. Ellos ya sabían que iba durar un rato largo nuestra visita. Más de una hora (yo diría incluso más de dos), estuvimos regateando e intentando conseguir un precio aceptable para todo lo que compramos. Salimos con la cabeza como un bombo y seguimos recorriendo calles y calles llenas de comercios. La disposición de las tiendas iba por gremios: telas, comida, especias, plata, joyas. Cada una en una calle diferente. Nos dirigíamos a la calle de la plata, pero fue tal agobio de la cantidad de gente que había que decidimos volver hacia atrás. Tarde. No podíamos ni rotar sobre nosotros mismos ni ir para atrás... Logramos salir tras varios minutos de desesperación.

Al día siguiente, después de nuestra evasión gracias al hotel occidentalizado de aquella agradable mujer en Jaipur, pusimos rumbo a Udaipur. Nada más que ocho horas en coche. Sí, habéis leído bien, ocho horas de trayecto para únicamente ¡400 kilómetros! Allí, el máximo permitido son 90 km/h y Raju lo llevaba a rajatabla. Había que contar además con que en medio de una carretera podías encontrarte con una vaca pasando por en medio, gente andando sin precaución ninguna. "Ya parará" supongo que pensaban. Todas estas circunstancias hacían que los viajes en coche fueran una odisea.

Como siempre, Óscar y yo nos quedamos dormidos en el trayecto (el coche atonta mucho). Al abrir los ojos, estábamos entrando en Udaipur. Dije, no puede ser. Nos hemos equivocado, ¡esto no es India! La mayor parte de la ciudad estaba asfaltada, la gente era más civilizada, no había tanto ruido como en las otras ciudades. Sabíamos que Udaipur nos iba a marcar. Y así fue...

Nada más llegar al hotel (una pasada), parecía que estábamos en la película de Aladdin... Fuimos corriendo corriendo a ver un espectáculo de folclore indio: Sin palabras. Yo no paraba de mirar de una lado para otro porque aparecía alguien bailando, dando vueltas sobre sí mismo, música en directo, una historia que contar... Justo al lado de este sitio estaba el maravilloso lago Pichola. Ver el atardecer era un regalo para los ojos. Os recomiendo ver la película El exótico Hotel Marigold, así sabréis de lo que hablo.

Visitamos el City Palace y como no podía ser de otra forma, siempre vamos dando que hablar allá donde vamos. En una de las infinitas salas, Óscar y yo nos pusimos a hacer el tonto y había una pareja española que nos miraba discretamente, con alguna que otra sonrisa. Claro, lo bueno de viajar a un país donde nadie habla tu idioma es un punto a tu favor, pero muchas veces no te das cuenta de que hay muchos españoles que viajan y que el mundo es un pañuelo (nunca mejor dicho).

Pasamos a la siguiente sala, y alguien nos chistaba. Nosotros seguimos a nuestra bola, porque pensábamos que no era a nosotros. Y otra vez. Y seguimos andando por la sala. Y otra vez y ya Alex se dio cuenta de que era un amigo del trabajo, Íñigo. Y resulta que la pareja que vimos en la primera sala, ¡eran sus padres! Qué vergüenza. Lo que decía, el mundo es un pañuelo. Al salir del City Palace fuimos hasta el lago Pichola para dar una vuelta en barca. Coincidimos otra vez en la cola de las barcas e hicimos el trayecto juntos. Desde lejos, vimos indios en paños menores bañándose en el lago. Quedamos esa noche a cenar con Íñigo para ponernos al día. Creo que fueron las cervezas más largas de toda la historia. Los camareros, cansado de decirnos que cerraban el restaurante, decidieron apagar las luces y cerrar el restaurante con nosotros dentro.

Al día siguiente, visitamos el templo hinduista, Jagdish Temple. Un impresionante templo ubicado en el centro de la ciudad que se veía desde cualquier parte. Pasamos la tarde de compras y esta vez los chicos monopolizaron las compras: se hicieron no sé cuantas camisas y algún que otro traje. Veíamos imposible que pudieran hacer todos los pedidos en una noche porque al día siguiente cogíamos el coche a otra ciudad. Pero confiamos en lo que nos dijeron. Cerca de nuestro hotel, pasamos por un sitio de cuero y creo que nos llevamos la tienda entera de bolsos, cuadernos, carteras, etc. Nos volvimos locos, sí.

Nos levantamos bastante animados porque íbamos a Ranakpur una ciudad pequeñita, que tenía un templo jainista espectacular según nos había contado Dori. Estábamos desayunando en la terraza del hotel cuando nos avisaron. ¡Habían traído las camisas y trajes! Nos quedamos atónitos. Todo perfecto. El día había empezado de la mejor manera posible.

Montamos en el coche camino de Ranakpur. El camino hacia Ranakpur, aunque bastante tortuoso y del que acabamos con un dolor de cuello importante por tanto sube y baja, fue un paisaje verde, verde, jamás visto hasta ahora en India. El monzón había hecho su trabajo. Por el camino encontramos monos que subían a nuestro coche y que se dejaron hacer fotos. Llegamos al templo: silencio. Había mucha mucha gente pero no se oía ni un ruido.

Antes de entrar estábamos cerca de unos arbustos y salió una niña india. Nos dijo si podíamos hacerle una foto, pensamos que después nos pediría dinero. Pero no, únicamente nos pidió que le enseñásemos cómo había salido. Después, salió corriendo y desapareció. Jamás vi una niña tan hermosa y con unos ojos tan negros llenos de pureza. De película.

Al entrar al templo nos envolvió un aire de tranquilidad. Era un sitio con algo especial. Cada columna tenía un motivo diferente. Recuerdo perfectamente quedarnos sin habla frente a una ventanal que daba a ese tesoro verde de árboles que lo cubrían todo. Allí llegué a mi liberación, o moksha, como lo llaman los hinduistas. Me dio tiempo a reflexionar sobre todo lo que me había pasado en el año y ordenando todos mis pensamientos. Salimos perplejos de aquel sitio en medio de la selva donde encontramos la paz.

Seguimos nuestro viaje de carretera hacia Jodhpur, la ciudad azul. Allí nos dimos un pequeño homenaje y fuimos a un hotel 5 estrellas: Ajit Bhawan Palace.  Era un pequeño palacete que los dueños habían convertido una parte en hotel, y menudo hotel. Recibidos como marqueses con nuestras pintas de pordioseros, nos guiaron hasta nuestra habitación (esa habitación era más grande casi que mi casa). Una cama donde cabían cuatro personas, un baño enorme donde ver pasar las horas, en fin, una maravilla. Aprovechamos una hora para darnos un baño en la piscina, ducharnos y quedarnos a cenar en el hotel.

La terraza del hotel tenía piedrecitas blancas en el suelo y pequeñas fuentes alrededor que hacían que sólo se oyera el agua caer. Eso era un alivio para nuestros oídos que llevábamos los pitidos de los coches de melodía de fondo. Nos trasladamos por una noche a una isla balear, así lo imaginamos nosotros.

Nos levantamos con más energía que nunca, desayunamos y nos despedimos con tristeza de aquel sitio maravilloso para ir a nuestro siguiente destino: Jaisalmer. Pero primeramente teníamos que ir a por Isa al aeropuerto, que ella se unía ese finde con nosotros. Jamás se me olvidará su entrada triunfal al salir del aeropuerto. El aeropuerto era bastante pequeño y había mucha gente esperando. Ella salió tan estupenda con pantalones verdes, camisa verde, collares largos, pañuelo rosa y sus gafas. Solo podía ser ella. Salí corriendo a darle un abrazo. Todo el mundo se quedó mirándonos (en India está prohibido y mal visto que dos mujeres se abracen), mientras nosotras solo podíamos reírnos.

Llegamos a Jaisalmer y antes de cenar fuimos a visitar la ciudad dorada. Al día siguiente confirmaríamos ese dorado. Fuimos a un pequeño lago y cenamos en una terraza desde donde se veía toda la ciudad. Esa noche fue una noche especial. Entre cerveza y cerveza nos confesamos todo, sin tapujos, dejamos nuestros miedos al desnudo, mostrándonos tal y como éramos, reales, declarándonos fan absolutos de nosotros mismos, de lo afortunados que éramos por estar juntos, por burlarnos de las distancias y declarando al mundo que nuestra amistad iba para rato. Desde ese instante, supimos que también se pueden tener hermanos de distinta madre.

Borrachos de alegría nos adentramos en la ciudad dorada. Turismo sin parar entre las havelis (casas típicas de Jaisalmer) y cómo no, su fuerte. Aguantamos como pudimos el tipo los cuarenta grados y humedad sin parar. Por la tarde, nos tocaba excursión al desierto de Thar, frontera con Pakistán. Dimos un paseo en camello para ver el atardecer: espectáculo para nuestros ojos. Cenamos alrededor de una hoguera y cantando sin parar.

Al día siguiente, llevamos pronto a Isa al aeropuerto con tristeza, pero nos veríamos pronto en Bombay. Nosotros pasamos el día en Jodhpur para ver la ciudad y fuerte. Desde el fuerte toda la ciudad se veía azul, porque estaba pintada de azul todas sus casitas. Habíamos salido tan contentos del palacete/hotel, que decidimos cancelar nuestra reserva en el hotel que teníamos y volver al hotel de la otra vez jajajaja.

Al día siguiente nos despedimos de nuestro conductor, Raju. Fue duro porque había sido un conductor excepcional, con el que compartimos muchos momentos y aventuras, siempre dándonos los mejores consejos para evitar colas, ir a los sitios menos explorados o comer en los restaurantes más tradicionales. Cogimos el avión en Jodhpur hacia Bombay para pasar los últimos días de nuestra aventura con Isa.

Bombay era una burbuja. Literal. Los cinco días que pasamos allí con Isa fue una abstracción absoluta de nuestro alrededor: mi madre tuvo que preguntarme si estaba viva. Pero con Isa es plan continuo. Bombay no era nada parecido a lo que estábamos acostumbrados a ver en Rajastán. Bombay era más cosmopolita. Juro que si no supiese que estaba allí, podría decir que la noche en Bombay era igual que cualquier ciudad europea.

Muchos de los restaurantes eran occidentales y nos hacían sentir como en casa, que no venía mal después de estar todo el viaje con el picante...

Victoria Station es una de las cosas más bonitas que vi en Bombay. Era como trasladarse a Londres en el siglo XIX. La universidad era la típica victoriana y su campus, ¡qué campus! Allí vimos a mucha gente practicando cricket.

Llegamos a odiar las distancias y el transporte público cuando Isa nos dejó a la aventura para ir a Elephanta. Una isla a la que había que coger el tren (imaginaos el tren), un taxi y después un ferry de casi dos horas. Llegamos exhaustos pero aún nos esperaba una empinada subida y finalmente, llegamos. Unas cuevas enormes llenas de templos y estatuas enormes dedicadas a Shiva. Aquí descubrimos que los monos no son tan simpáticos.

En Bombay descubrimos que odiamos (aún más) el tráfico, los atascos y los pitidos. Creo que nunca he estado ni llegaré a estar tanto tiempo metida en un taxi para una distancia tan corta.

También tuvimos las noches más surrealistas habidas y por haber. Estuvimos en una recepción de la embajada de Ecuador en India para presentar chocolate y flores. Allí vimos por primera vez como una venezolana sacaba a bailar a Óscar (inaudito) y bailamos con el cónsul de Ecuador y Argentina.

Otra de las noches conocimos al jefe de Isa con sus amigos en una discoteca y acabamos de gintonics hasta las trancas. Al día siguiente no había quien nos levantase...

Los días pasaron muy rápido y despedirnos fue duro. Esta vez no lloré. Vi a Isa muy feliz y contenta con todo lo que había coseguido. Me fui con la conciencia tranquila de que ella estaba bien y había conseguido adaptarse al ambiente, que en India, no es nada fácil.

Agradecimos a Isa su hospitalidad y ser la perfecta anfitriona (como siempre) y sentirnos parte de su pequeña familia en Bombay: sus compañeros de piso, Pepa y Pablín; sus vecinos y amigos ecuatorianos, Pame y Jorge, que nos trataron como si fuesen nuestros padres y sus amigas vascas, Ainara y Sonia. Sin duda, esa pequeña familia se había formado para poder desconectar y evadirse del mundo indio.

Creo que no tenemos palabras de agradecimiento hacia ti, Isa. Por guiarnos y estar siempre al tanto durante nuestra travesía que hicimos sin ti, por dejarnos descubrir lo maravillosa que es la India, por amarla y odiarla a partes iguales, y por ser una AMIGA (así en mayúsculas) excepcional. Recorreríamos el mundo entero para seguirte allá donde fueses mil y una veces.

El viaje de vuelta dio de hablar también (no esperábamos menos). Tras nuestro vuelo Bombay-Delhi, Delhi-Moscú, todo iba demasiado bien hasta que retrasaron nuestro vuelo dos horas. Al subir al avión hubo un fallo y tuvimos que bajarnos y esperar a otro. Pero no había aviones para nosotros. Nos llevaron en autobús no sabemos dónde, mucho más lejos que la pista de aterrizaje, con el aire acondicionado (¿aire acondicionado en Rusia?), y por fin, subimos a un avión que utilizaba el Manchester United. No, si cuando digo que podría escribir un libro con este viaje, es que es así...

Llegamos a Madrid. Nostalgia. Pusimos fin a uno de los viajes más importantes y maravillosos de nuestra vida. Gracias Óscar y Álex por ser los perfectos compañeros de viaje y hacer mucho más fácil cada obstáculo que encontramos en la India y en la vida...

Si me volvieran a hacer la pregunta que me hizo Dori, sobre qué esperábamos de la India, podría responder sin problemas y faltarían horas para describir todo lo que me hizo sentir: India me cambió, me ayudó a calmarme, a no ser tan dramática y no ver el fin del mundo, a ver que hay personas muchísimo peor que yo y que son felices, a intentar ser menos materialista, a no planear nada, ya que todo cambia constantemente, a no ser tan cuadriculada, a ser más valiente, a ser más decidida, a ser más paciente, a tener más corazón, a ser más amiga, a ser más humana. Mi versión 3.0 se forjó en la India.

Nunca agradeceré lo suficiente lo que hizo este país conmigo, que me cambió los esquemas y me hizo removerme por dentro.

Aquí van algunas de las tantísimas fotos de este increíble viaje.

Niña india en Ranakpur

Lago Pichola, Udaipur

Taj Mahal, Agra

Delhi

Amber Fort, Jaipur

Templo jainista, Ranakpur

Desierto de Thar

Taj Mahal, Agra

Victoria Station, Bombay

Jaipur

Selva de camino a Ranakpur

Jagdish Temple, Udaipur

Jaisalmer

Bada Bagh, Jaisalmer

Bahía de Bombay

Isla Elephanta, Bombay

Isla Elephanta, Bombay


miércoles, 6 de enero de 2016

Bon vivant

No sé por qué no has aparecido antes en este sitio, mi refugio. Quizás ahora es la excusa perfecta ya que te despides de España por una temporada. Y como me gustan las sorpresas, aquí tienes mi regalo de despedida y de Reyes: léelo despacito, sin prisa, cuantas veces quieras, deja que todas las palabras te envuelvan y los recuerdos correteen por tu mente...

Me acuerdo como si fuese ayer del primer día que te vi, ¡imposible no acordarse! Era nuestro primer día en la universidad. Pelo largo, castaño y tus Ray-Ban. Inconfundible. A pesar de que los cuatro años de carrera los pasamos en la misma clase, no fue hasta el tercer año que fuésemos algo más que compañeras de clase.

No recuerdo el día exacto que nos hicimos amigas, pero sí recuerdo el comienzo: las prácticas en nuestra querida Torre Picasso. Recuerdo nuestra primera "maldad": cuando nos quedamos la tarjeta de visita que nos dieron el primer día y que yo aún sigo conservando y seguro que tú también en tu famoso monedero de amapolas donde guardas miles de recuerdos. No sé cuántas veces te he dicho ya que lo vacíes porque un día va a explotar o te lo van a robar y nos llevaremos un disgusto (toquemos madera).

Escribo esto y me sale una sonrisa al recordar nuestros arcaicos mensajes por Groove mientras trabajábamos, nuestros descansos laaargos en la cafetería de la séptima, nuestro pincho de tortilla en El Andaluz los viernes, nuestras comidas con los tuppers en la fuente cuando se acercaba el buen tiempo, o nuestros cafés del Starbucks después de la comida. Yo sigo por la Torre y es inevitable no acordarme de ti cada vez que voy a trabajar.

Nuestro primer viaje juntas: Sevilla, ¡qué maravilla! Lo que dio de sí ese puente para disfrutar poco a poco de tu presencia. El siguiente viaje juntas no se hizo esperar: esos días en tu casa de la playa con Didi, Pati y Made disfrutamos como unas enanas aunque el tiempo no acompañase. Lógicamente, despertamos la envidia entre nuestros compis de clase por la suerte que habíamos tenido por tener una semana de vacaciones antes de volver a las clases después de las prácticas. Las "ernestinas" habíamos tenido suerte, sí...

Llegó el último año en la universidad y aunque todo el mundo lo veía como una alegría por terminar, a ti y a mí nos entraba una tristeza enorme porque habíamos formado una familia: tuvimos la gran suerte de forjar nuestro grupo con los que habíamos empezado la carrera. Pronto llegaría más gente y hemos llegado a día de hoy, a lo que yo llamo la GRAN familia: casi veinte personas muy distintas entre sí pero con ganas de comernos el mundo.

Y mira que es raro, que cuando uno termina la universidad cada uno toma caminos diferentes, pero en nuestro grupo ha pasado todo lo contrario: estamos más unidos que nunca: no podemos estar más de dos semanas sin vernos. ¡Es como una adicción!

En su momento te dije que aunque acabáramos la universidad y ya no nos viésemos todos los días en las aulas, no nos íbamos a separar. Que esto no era el fin sino el principio de algo grande. Y así es, a dos días de que embarques a la experiencia de tu vida, sólo puedo desearte lo mejor. 

Creo que casi 10.000 kilómetros no nos van a separar. ¡Mira que te gusta ponérnoslo difícil! Y te vas aquí cerquita... ¡Ni más ni menos que a la India!

No sabes cuanto te voy a echar de menos... Creo que todavía no soy consciente de que te vas... Lo iré notando cada vez que vuelva a casa después de una cena y ya no pueda escribirte como hacemos siempre un mensaje de que hemos llegado bien a casa.

Echaré de menos tus abrazos al verme, nuestras miradas y risas cómplices, nuestros latineos, nuestros viajes de desconexión, nuestros paseos por Madrid, nuestros cafés, nuestros whatsapps a cualquier hora del día, tus consejos, tus ánimos, en esencia, TÚ.

Que el mundo conozca tu postivismo, tus ansías de comerte el mundo, tu constante lucha por cumplir tus sueños, tu paciencia, tus ganas de vivir, tu empatía, tus buenas acciones, tu educación, tus valores, tu saber qué hacer en cada momento, tu espíritu libre, tu bondad, tu humildad, tu valentía, tus ganas de aprender, tu ilusión, tu felicidad contagiosa, tu carisma, tu predisposición, tu energía y tu corazón que ama sin límites. Creo que no conozco mujer más completa que tú. Para mí, eres la chica 10 y siempre lo diré.

Doy gracias a la vida, al destino o a lo que sea por habernos encontrado. Gracias por aparecer en mi vida hace cinco años y hacer que mejore con creces, ni yo misma había pensado que la vida podría ser tan increíble a tu lado. Gracias por todos los mensajes de ánimo semanales cuando voy a trabajar. Gracias por acordarte siempre de cualquier cosa importante y de lo que no lo es también. Gracias por hacer de pequeños momentos, grandes momentos. Gracias por ser la única que me ha hecho llorar sin parar de felicidad. Gracias por cuidarme. Gracias por ser como eres. Gracias por ser mi mejor amiga.


Creo que no hay mayor acto de amor que dejar libre a la persona que quieres. Así que te dejo libre, demuestra al mundo lo que vales.

Buen viaje amore, nos vemos pronto!

jueves, 31 de diciembre de 2015

Change is the only constant

Y aquí estoy otro año más haciendo la reflexión del año en este pequeño ratito mientras me pinto las uñas y de fondo se oyen los petardos que tiran los niños en la calle...

Este año ha sido un visto y no visto, y ¡mira que lo he aprovechado bien! La verdad es que estoy asustada de lo rápido que pasa el tiempo, y un poquito nostálgica también, sí. Será porque diciembre es el mes por excelencia de rebobinar y ver todo lo que has hecho en el año y si ha sido suficiente o quizás deberías haber hecho algo más.

En mi caso ha habido de todo: muchos muchos momentos buenos, y momentos malos también, pero lo bueno o la suerte que tengo, es que han sido tan pocos, que ya ni me acuerdo. Y eso es lo que tenemos que intentar hacer: quedarse con los buenos momentos.

Claro que ha habido momentos de pereza de no querer ir a trabajar y quedarme en la cama unas horitas más. Pero esos momentos los tiene que haber y contrarrestan a esos días en los que me quiero comer el mundo y trabajar durante todo el día y sentirme bien conmigo misma y útil para el equipo con el que estoy trabajando.

Sin duda, el momentazo del año ha sido el viaje a Grecia con mis amigos: preparar durante todo el año esa aventura hizo que saliese todo a la perfección. Sin lugar a dudas, ellos son los culpables de que estos años hayan sido los mejores de mi vida. Gracias UAM por haberlos puesto en el mismo camino y habernos unido.

Gracias a todas las personas que han formado parte de este gran año y que continúan conmigo. A las nuevas incorporaciones y nuevos descubrimientos del año, y sobre todo, a los que ya no están conmigo. Al fin y al cabo, soy lo que soy por todas las personas que han pasado por mi vida. Soy todas las experiencias que he compartido, soy todas las sonrisas que he sacado, soy todas las alegrías que me han dado, soy todas las cabezonerías y todos los enfados que nos han enfrentado... Como diría Isa: "Las personas que aparecen en nuestra vida no aparecen por casualidad. Están ahí para que aprendamos algo en una determinada etapa de nuestra vida".

Soy un pedacito de cada uno de vosotros.

Puede que los finales den miedo y asomarse al precipicio de algo nuevo de vértigo. Pero salir de la zona de confort y de nuestra burbuja imaginaria no está mal y al final acabas agradeciéndolo. Yo soy muy de resistirme a los cambios bruscos, pero últimamente mi vida no hace más que cambiar. A mejor. ¿Y que es la vida, sino cambios? Atrevámonos a cambiar, atrevámonos a VIVIR.

Que este año sea tan tan bueno como el 2015 y sobre todo, ¡que sea el año de los cambios! Coge impulso que viene fuerte!!!!

Explora. Sueña. Descubre. Ama.

Nos vemos pronto,

B.


domingo, 13 de diciembre de 2015

Respirar

Creía que el momento no iba llegar nunca. Y llegó así, sin avisar, como todas las cosas buenas.

Una sensación de libertad después de cuatro años. ¡Quién lo diría! El tiempo pasa realmente rápido y cada vez me doy más cuenta de que el tiempo lo cura todo, todo y todo.

Miro hacia atrás y no me puedo creer cómo cosas tan insignificantes me preocupaban tanto y me generaban tantos quebraderos de cabeza. Supongo que el tiempo hace que nos demos cuenta de lo inocentes que fuimos cuando nos rompen el corazón por primera vez. Ese dolor que creemos que nunca pasará y que se quedará ahí para siempre. La cicatriz se va a quedar, sí, pero llega un momento en que ya no duele y es una simple marca de guerra que luces orgulloso por haber superado. Estoy en ese punto.

¡Cuántos tíos han pasado por mi vida sin éxito alguno!, proyectos de algo que no se cumpliría nunca. Tantísimas promesas que no se cumplen. Palabras. Eso son: palabras, que no hechos. E intentas dejar todo lo malo atrás y pensar que no tiene que pasar lo mismo que la última vez. Y pasa. Y otra vez, y otra vez, y otra vez. Pasa el tiempo y te cierras más, y confías menos. Alguna vez me da por pensar: "A lo mejor, es perjudicial. La siguiente persona que venga no tiene por qué llevarse ese chasco. Tengo que darle la oportunidad de que me conozca". ¡Ilusa de mí!

Otras veces me pregunto si alguna vez le he interesado de verdad a alguien. O si toda esta trayectoria tan en picado que llevo, es por mi culpa. Supongo que todas esas incógnitas no las podré saber nunca. Lo único que sé y que tengo ahora más claro es que si hay alguien interesado en ti, va a luchar por ti. Así que por favor, absteneos aquellos que no hacéis más que marear la perdiz, creeros el ombligo del mundo, y no perdáis el tiempo porque en mi vida no quiero personas cobardes.

Y a ti, mi primer amor, al que siempre siempre al escuchar tu nombre me saldrá una tímida sonrisa, te digo, que ya lo he superado, que ya he aprendido a sobrevivir sin ti. Que hay vida más allá de ti, y mejor. Que sé que eres buena persona y que quizás nos conocimos demasiado pronto (recién cumplidos los 18) y en esa época sólo queríamos comernos el mundo y divertirnos sin parar. Después, simplemente creo que vivimos en momentos distintos y etapas diferentes (y ciudades también). Contigo he aprendido tantas tantas cosas: comportamientos y actitudes que no quiero y que ya no permito, quererme (y mucho) y disfrutar de cada momento, porque es único, ese carpe diem que tanto abanderas. Toda una pena que todo se quede en un simple saludo al vernos y miradas de reojo entre la gente cuando estamos juntos. Podríamos haber sido un gran equipo.

Sólo quiero que sepas que hubo una vez una chica de Madrid que quiso romperte los esquemas en tu vida.

"Que no te vaya bonito, que te vaya de muerte".


jueves, 10 de septiembre de 2015

Viviendo en un aeropuerto

Las vacaciones llegaron a su fin. Demasiado cortas pero muy intensas. 

La vuelta pensaba que iba a ser más dura, pero sorprendentemente he vuelto con mucha energía a pesar de haber dormido una media de cinco horas al día para aprovechar los días.

Sí, puede ser porque al fin, ha llegado ese momento zen que quería y que tanto buscaba después de un año complicado y sin parar. Este mes ha habido muchos muchos momentos y puedo atreverme a decir que ninguno malo. He tenido de todo: noches de fiesta con amigos, excursiones a casi cuarenta grados, probar platos típicos, risas, tomar cervezas sin darme cuenta de que las horas pasaban o simplemente mis momentos sola en el mar pensando en todo lo bueno que tengo a mi alrededor y lo afortunada que soy por poder hacer lo que hago. Cómo dirían Isa y Óscar: momentos retina que se quedan grabados para siempre.

Las islas griegas fueron todo un sueño hecho realidad. Llevar casi todo el año planeando el viaje y ver que todo salía según nuestros planes fue una de las mayores satisfacciones del verano. Pero todo esto no podría haber sido posible sin mis amigos. Cada verano nos superamos más. Miedo me da el año que viene... 

No se me pueden olvidar momentos imborrables con gente incansable, con el mismo entusiasmo y ganas de vivir. 

Haber superado el primer día después de coger tres aviones y pasarnos las horas muertas en el aeropuerto por huelga tiene su mérito: Cantar en el coche de línea de Nemesio (así es como llamamos al primer conductor pero que en realidad no sabíamos cómo se llamaba) y llegar a los apartamentos de madrugada con ganas de comernos Grecia. 

La alarma de Maldita Nerea para levantarnos y que Isa me despertase con un beso en la frente y un "buenos días, amore" con su sonrisa, no tenía precio.

Las playas de piedras dejándonos los pies únicamente para ver la famosa playa roja. Subir 750 escalones para ver la puesta de sol en Oia. Dicen que ahí se puede ver la mejor puesta de sol del mundo. Creo que puedo afirmarlo...

Nuestras comilonas al probar la primera moussaka, el tzatziki, el queso feta o todas las riquísimas comidas de pollo o cordero.

Nuestra animadverión a las cortinillas de las duchas, la alarma de bomba nuclear de Alex y nuestros saltos en la cama, ese aire acondicionado que no funcionaba a no ser que cerrases la puerta del apartamento o la furgoneta que nos llevaba donde sólo cabían ocho, cuando éramos once.

Esas locuras por las noches de ir de bar en bar arrasando nada más entrar o darlo todo con las canciones de Grease y nuestros italianos. El desfase en Far Out y su música electrónica con el contraste de la música en directo de un artista desconocido mientras tomábamos una copa.

El deseo de las chicas de ponernos morenas y pasarnos las horas muertas tomando el sol y echándonos crema. Como diría Rocío: moreno sublime.

Uno de los mejores momentos fue alquilar quads. Mis intentos fallidos de grabar un vídeo en el que se nos viera a todos conducir y lo único que se me oye en los vídeos es: "¡Chicos, saludad!" Las vistas rodeando la montaña para bajar a la playa y el momento pink ladies patrocinando una discoteca. Volver de noche e ir en línea unos detrás de otros cuidando de que todos llegáramos sanos y salvos.

Perdernos por las estrechas calles de Ios con sus adorables casitas blancas y hacernos fotos en cada esquina y en los molinos aunque los de La Mancha, siento decirlo, son muchísimo mejores (orgullo español). 

Llegar al caos de Mykonos lleno de gente, sin aceras e ir sorteando a los coches, motos, quads y autobuses. Nuestra querida cerveza Mythos y nuestros inolvidables momentos en Skandinavian Bar como el de la subida de Óscar a la tarima y gritar: "¡Viva España, viva el rey, viva Coopera".

Nuestra ya tradicional fiesta en blanco menos David a pesar de haber repetido mil veces que metiésemos algo blanco en la maleta... Y que todo el mundo se nos quedase mirando.

Las caras de todos los camareros cuando íbamos a comer o a cenar y decir: "We're eleven" llenando los restaurantes casi enteros.

Los bailes y movimientos de cadera de Mario cuando ponían reggaeton. Nuestros frappés medium y sweet y lo más importante, ¡con leche! después de comer o los yogures helados.

Nuestras caminatas y visitas muriéndonos de sed y calor por Delos o la alegría de descubrir que entrábamos gratis a cualquier museo por seguir siendo "estudiantes" (gracias carné universitario de la UAM).

Los malditos mosquitos que nos acribillaban por la noche, dormir en un barracón (literal), las inundaciones en el baño por no tener cortinilla ni fregona con la que limpiar, escuchar los aviones despegar y querer morir habiendo llegado a las 6 am a casa... O esos intentos fallidos de conectarnos al wifi y que se cortase cada dos por tres.

Los horribles viajes en ferry tirados en el suelo con dolor de espalda y cuello por intentar dormir pero que ninguno conseguía salvo Víctor.

Llegar al hotel de Atenas y descubrir que los baños tenían mampara y jacuzzi. Creo que el grito que pegamos las chicas al verlo en nuestra habitación lo oyeron los chicos que estaban en el último piso con una terraza con vistas al Acrópolis. La ducha de ese día por una vez pudo extenderse más de la cuenta...

Los desayunos que nos marcábamos en el hotel: bacon, mixtos, sandía con yogur griego, galletas, cereales, café, zumo y dejar sin reservas a los dueños del hotel (así somos los españoles cuando pone que el desayuno viene incluido).

El impresionante Partenón y retroceder siglos en la historia y saber que allí empezó todo. Isa y su devoción por las cariátides e intentar posar para parecerse a ellas. Y por supuesto nuestra última cena: ese riquísimo salmón o dorada al horno con vino blanco por el barrio de Monastiraki.

Los regalos de última hora por Atenas y como no olvidar, nuestras frases míticas que íbamos apuntando en el móvil para poder recordarlas a lo largo de los años.

Ese momento horrible de despedirnos en Madrid en el aeropuerto por la noche... Al día siguiente fue todo muy extraño: no tener a diez personas más desayunando, comiendo o cenando conmigo fue lo peor.

Supongo que este viaje no podría haber sido gracias a ellos, que son lo mejor de este mundo. Gracias por ir mejorando cada año. Espero poder seguir recordando más momentos retina, recorrer y descubrir el mundo con vosotros. Gracias.

Lavar ropa y volver a hacer la maleta para el siguiente destino: Polonia. Sí, ese país europeo que pasa bastante desapercibido y que no puede atraer mucho pero que tiene ciudades preciosas. Cada país tiene su misterio y gracias a mi cámara pude capturar todos esos pequeños sitios con encanto. Como visita obligatoria es Auschwitz. Tendrás todo el día la cara mustia, sin ganas de nada pero es toda una lección de vida, una introspección que hay que hacer con uno mismo.

Como diría George Santayana: "Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo". No tengo nada más que añadir.

Volver a Madrid pero poco tiempo para irme a mi pequeño retiro en la sierra de Madrid y descansar unos días con mi familia a la que tanto echaba de menos antes de mi último destino: Viena.

Reencontrarme con mi pequeña amiga austriaca, Andrea, fue lo mejor del verano. Como si no pasase el tiempo (un año) conseguimos hacer de ese viaje, un viaje increíble. Ir al palacio de Sissi y revivir nuestros tiempos de infancia cuando veíamos de pequeñas la serie de Sissi por la tele.

Nuestras comidas/picnics en el parque y ser la mar de felices con una ensalada y una cocacola. El famoso schnitzel y no poder terminar el plato de lo enorme que era. Nuestras increíbles conexiones mentales, o nuestras fotos con el palo de selfie como los chinos. La puesta de sol a orillas del Danubio o aquella tarde comiendo tarta Sacher frente la Ópera de Viena; sin hablar la una con la otra de lo tremenda que estaba la tarta con su posterior ruta en bici por la ciudad a pesar de su odiosa lluvia al final de la tarde. Pero todo eso se arregló con la merecida cena que nos marcamos en Vapiano. 

Nuestros viajes en metro (parece que vivíamos en él porque era donde pasábamos más tiempo), o mis intentos frustrados de aprender alemán intentando repetir el nombre de las paradas del tranvía mientras Andrea se reía de mí. Conseguí sobrevivir con mi 'basic German' gracias a ella.

Apurar el último día en un parque lejos de Viena, y ver todo verde, sin oír nada y alquilar un barquito para dar una vuelta por el lago. Comer un simple pan con humus y escuchar música mientras mirábamos las nubes. ¡Con qué poco éramos felices!

Gracias Andrea por ser ese ejemplo de que la amistad no tiene fronteras. Ardo deseosa de que llegue el verano que viene para que vengas a Madrid.

Un viernes por la noche viendo a mi pequeño Jose (por decir pequeño) haciendo sus pinitos en el mundo de la improvisación. ¡Progresas adecuadamente!

Y cómo no, como cada primer finde de septiembre ir a la feria en Álcazar de San Juan. Supongo que ya era hora de tener un finde con mis chicos, reírnos sin parar y hacer lo mismo de siempre después de cuatro años yendo. Lo bueno, se repite una y otra vez. Lo mejor sin duda: los churros a las 6 de la mañana, andar hasta casa para que se pasen los efectos de la noche, dormir hasta las dos, bajar a comer a la feria, sacar a pasear a Luni o ver a las primas de Jose que son todo un amor.

Llegó el domingo y Guille y yo íbamos reflexionando sobre la vida mientras volvíamos a Madrid. Todo llega a su fin y el tiempo pone a cada uno en su lugar. Eso es lo que pudimos concluir después de hora y media de viaje.

Este ha sido sin duda uno de mis mejores veranos, de los que a mí me gustan (sin pisar Madrid). Estoy con las pilas cargadas tanto física como mentalmente y es un subidón increíble.

Me acuerdo de algo que me dijo Óscar en Grecia: "Bea, tienes que saber lo que quieres y cuando lo tengas claro, nadie podrá pararte". Creo que ha llegado el momento: sé lo que quiero y cómo conseguirlo. ¡Ya nadie me puede parar!

Vamos a por esta nueva etapa que empieza!!!!

Os dejo fotos de todas mis aventuras, para que os situéis un poco...

B.



Red Beach, Santorini

Puesta de sol en Oia, Santorini

Mykonos

Ios

Santorini

Delos

Paradise Beach, Mykonos

Partenón, Atenas

Cracovia

Bagry, Cracovia

Varsovia

Castillo Wawel, Cracovia

 Segovia


Palacio Schönbrunn, Viena

Palacio de Beldevere, Viena

Hundertwasserhaus, Viena

Iglesia de San Carlos Borromeo, Viena

Puesta de sol en el Danubio

Ópera de Viena

Laxenburg


Laxenburg