Dos años compartiendo vidas. Dos años regalando risas. Dos años haciendo viajes que abarcan desde un día a una semana. Dos años descubriéndonos. Dos años dando lo mejor de nosotros. Dos años creando algo fuerte. Dos años siendo AMIGOS. Dos años descubriendo la amistad. Dos años dándonos vida...
Pero todo no es tan bonito como lo pintan... A pesar de las dificultades, seguimos al pie del cañón: superando los obstáculos que encontramos.
Aquí empezó todo...
Y siguió...
Y siguió...
Y aquí estamos ahora...
Son lo primero que veo por la mañana nada más despertarme cuando veo mi mural de fotos en frente de mi cama y son lo último en lo que pienso antes de acostarme.
Ellos son los elegidos, los que he elegido para que me acompañen en mi camino.
Es un sentimiento demasiado grande, y que te llena tanto que es imposible describirlo...
Dedicado a ellos, a ellos que tanto apuestan por mí. ¡Muchísimas gracias!
'Los encuentros más importantes ya han sido planeados por las almas antes incluso de que los cuerpos se hayan visto. Generalmente estos encuentros suceden cuando llegamos a un límite, cuando necesitamos morir y renacer emocionalmente. Los encuentros nos esperan pero la mayoría de las veces evitamos que sucedan. Sin embargo, si estamos desesperados, si ya no tenemos nada que perder, o si estamos entusiasmados con la vida, entonces lo desconocido se manifiesta, y nuestro universo cambia de rumbo'.
Ella es mi origen por partida doble y más adelante explicaré el por qué.
A ver cómo empiezo... Voy a comenzar como el típico cuento... Todo comenzó una mañana de recreo hace 4 o 5 años: tener amigas en común nos hizo conocidas. La primera vez que hablé con ella me pareció una buena chica y siempre se reía. El destino o como lo queráis llamar nos juntó en clase al año siguiente: Ella estaba sentada justo detrás mía y ahí empezó todo. Me gustaba cuando me daba con el dedo índice en la espalda para que me girase y hablásemos a pesar de que nos ganásemos un toque de atención del profesor. Cada vez era más la afinidad y ya sin que ella me dijese nada, yo me giraba y le contaba cualquier cosa que se me viniese a la mente.
Ella fue la intermediaria entre sus amigas y yo, y en verdad eran muy parecidas y muy agradables. Poco a poco nos hicimos amigas de clase, que no íntimas. Para eso, tuvimos que esperar hasta el año siguiente en el que fue el año de los cambios: futuro profesional. Creo que fue uno de los momentos más importantes en nuestras vidas porque justo cuando todo empezaba a ir bien, teníamos que separarnos y ya no veríamos nuestras caras de sueño o los nervios antes de un examen. Fue una etapa muy fugaz.
El primer año de carrera, fue un año importantísimo y aprendimos que a pesar de todo, si luchábamos por lo que queríamos, todo iba salir bien. Y así fue, seguíamos juntas y con más fuerza que nunca.
Ella se convirtió en mi confidente, porque te daba esa serenidad y comprensión que yo llevaba pidiendo desde hace mucho. No había día que no la llamase por teléfono o hablásemos por el ya tan olvidado messenger.
Como parte de la vida, el amor llegó a su vida y ahí de nuevo, ella fue el puente y el segundo origen. Personas que no nos conocíamos de nada nos juntamos a raíz del amor de dos personas muy importantes en mi vida. Formamos una segunda familia.
No he conocido persona más romántica en mi vida y en verdad ella siempre ansiaba un cuento de hadas. Y lo consiguió y sigue manteniendo a su príncipe y Romeo particular.
El verano gusta a todos y yo tuve la grandiosa oportunidad de pasar con ella y otras amigas una semana de desconexión en playas del sur. Fue nuestra primera vez y en verdad, no podía haber imaginado que fuese tan especial e increíble. Los viajes unen, pero no sabéis cuánto.
Empezamos el siguiente año con más ilusión que nunca, con las pilas cargadas. Aunque durante unos meses, el dicho que resume esos meses es: "Quién bien te quiere, te hará llorar". Y en efecto, no puedo estar más de acuerdo con este refrán. El hilo se tensaba, se tensaba y se tensaba y yo incluso llegué a pensar que se rompía dejando atrás tantos buenos recuerdos.
Pero en verdad, la amistad es eso: superar esa tensión, y nosotras lo hicimos. Aunque hemos tenido algún que otro malentendido porque ambas somos muy cabezotas, ahora mismo ambas respiramos calma, sinceridad y confianza.
No la pido nada más, porque ella me da todo cuando está conmigo sin nada a cambio y eso me encanta y me llena con creces.
Adoro el momento en que nos conocimos y empezamos a hablar, adoro nuestros días de estrés, adoro nuestras risas, nuestros lloros, nuestras reconciliaciones, nuestros viajes, nuestras fiestas, escucharnos la una a la otra aunque ella sea más psicóloga que yo, nuestras conversaciones telefónicas que se alargan y se alargan, nuestros paseos por el centro de Madrid, nuestros viajes en autobús o tren, nuestra sinceridad, nuestra confianza, nuestras pelis ñoñas con palomitas incluidas, nuestras quedadas, el día en que descubrimos el símbolo del infinito en matemáticas y desde ese momento, tenemos nuestro infinito particular. Y así podría seguir infinitamente... ¡Pues si que dan de sí casi 3 años siendo verdaderas amigas!
Te doy gracias por haber sido la persona que originó todo. Por ser mi origen, mi motor y hacer que mi vida diese un giro de 360º. Por creer en mí y ayudarme a levantarme. No sólo eres mi origen, sino que además sé que serás mi final, caminando juntas por esta infinita amistad.
Te quiero M.
"Yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estás, no hace falta cambiarte nada".
Todos tenemos a esa persona por la que somos más débiles, nuestro ojito derecho, aquella que cuando alguien nos pregunta, rápidamente, su nombre sale solo; esa por la cual daríamos lo que fuera, esa persona que si está mal, tú también; esa por la cual cojeamos... Y quien diga lo contrario por el puro placer de complacer a los demás (valga la redundancia), miente.
Las preferencias existían, existen y existirán siempre. Claros ejemplos los tenemos en nuestro día a día: una madre por su hijo, un novio por su novia, unos recién casados, una anciana por su animal de compañía, un adolescente por su mejor amigo/a, etcétera.
También existen las personas adecuadas para momentos determinados: las que son idóneas para salir de fiesta, las que son idóneas para quedarse una tarde en casa viendo una película, las que son idóneas para hacer alguna que otra locura, las que son idóneas para ir de compras, las que son idóneas para que te escuchen en momentos malos, las que son idóneas para hacer viajes, las que son idóneas para hacer deporte, las que son idóneas para levantarte el ánimo, las que son idóneas para sacarte una sonrisa, las que son idóneas para limpiar las lágrimas de tu rostro, las que son idóneas para aguantar tus tonterías, las que son idóneas para compartir piso... Y podría seguir, haciendo una lista interminable.
Sí, eso de ser el preferido de alguien está muy pero que muy bien. Lo malo viene cuando no eres el ojito derecho de nadie y sabes que no eres la primera persona en quien alguien pensaría. Vamos, que eres el último mono.
"Me da vértigo el punto muerto, y la marcha atrás. Vivir en los atascos... Los frenos automáticos y el olor a gasoil. Me angustia el cruce de miradas, la doble dirección de las palabras y el obsceno guiñar de los semáforos. Me arruinan las prisas, y las faltas de estilo, el paso obligatorio, las tardes de domingo y hasta la línea recta. Me enervan los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales son los de cualquiera. Me cansa tanto tráfico y tanto sin sentido. Parado frente al mar mientras el mundo gira..."
Era obligado ya hacer una mención a mi grupo de rock español favorito.
"Hay una verdad universal que todos debemos afrontar, queramos o no. Al final, todo se acaba. Por mucho que deseara que llegase este día, nunca me han gustado los finales: el último día de verano, el último capítulo de un buen libro, separarte de una buena amiga... Pero, los finales son inevitables: llega el otoño, cierras el libro, dices adiós... Hoy nos despedimos de todo lo que nos era familiar, todo lo que nos resultaba cómodo... Pasamos página [...]".
Muchos lo hemos hecho desde que eramos pequeños. No sé quién nos lo enseñaría pero aunque parezca algo absurdo, yo siempre he mantenido la esperanza.
Estoy hablando de cuando encuentras un diente de león. Lo arrancas con sumo cuidado para que no se desprendan sus pequeñas partes plumadas. A continuación, cierras los ojos y pides un deseo. Soplas muy muy fuerte y esperas que ese pequeño deseo se cumpla algún día.
En mi caso, cuando soplaba me quedaba mirando a dónde iban todas esas pequeñas partes que volaban. Unos recorrían el suelo, y otros los tenías a la altura de tus ojos. Pero los que a mí más me gustaban eran aquellos que no podía alcanzar con las manos. Esperaba a que subiesen a una altura considerable y se los llevase donde el viento quisiera. Desde que hacía eso, en mi mente aparecía una imagen muy graciosa y a la vez muy tierna: Esas pequeñas partes, subían al cielo, y ahí, se encontraban con Dios, donde Él podía leer a través de ellos el deseo que habías pedido.
Aún lo sigo pensando. Porque en cualquier momento de tu vida Dios te sorprende y sabe cuales son tus deseos, y quizás, solo quizás alguno de los innumerables deseos pedidos de innumerables dientes de león puede hacerse realidad.
Ahora ya comprendes todo. Todas las preguntas que te has hecho en la vida y que no tenían respuesta parece que poco a poco van siendo contestadas. Echas la culpa a la gente, al mundo por no obtener respuesta. Te frustras y te vas consumiendo lentamente...
Pero en realidad, la respuesta a todas tus preguntas eres tú. El problema eres tú.
Llegará el día en el que todas las lágrimas derramadas serán sustituidas por una sonrisa.
Llegará el día en el que resurgirás de tus cenizas.
Llegará el día en el que los recuerdos no dolerán.
Llegará el día en el que todas las palabras hirientes, malos gestos, pasotismos, enfados y pérdidas no importarán.
Llegará el día en el que tendrás un corazón recompuesto, que no es lo mismo que nuevo. Tendrá sus cicatrices como todos, pero eso lo hará más fuerte y hermoso.
Llegará el día en que no sentiremos vergüenza.
Llegará el día en el que no tengamos miedo y estemos abiertos a todo.
Llegará el día en el que nos sintamos orgullosos cuando echemos la vista atrás.
Y cuando ese día llegue, estaremos en nuestro propio velero navegando por aguas tranquilas. Seremos libres y felices... Y es entonces, cuando nos habremos dado cuenta de que hemos vivido.
Es la persona más loca que conozco. Pero lo creáis o no, dentro de su locura existe una cordura constante.
Con su presencia llena de optimismo a todo el que la rodea. Ella te saca una sonrisa en tu peor momento y te hace sentir la mejor persona del mundo. Yo, soy mejor persona gracias a su amistad. Ya sé a quien acudir cuando todo no vaya del todo bien y me diga cuatro tonterías para sentirme bien.
Y es que a ella nunca la verás llorar aunque esté mal. Cada día me sorprende más porque la ves, ahí, sonriente como la que más y por dentro puede que tenga todo hecho pedazos.
La conocí hace 5 años (y se dice pronto) pero llegó a ser una parte de mí hace casi ya 3 años. Ella me da locura que yo necesito y que me falta. Es incansable.
Echando la vista atrás recuerdo todos nuestros momentos y voy a enumerar no todos, pero sí los que nos han marcado más: nuestros gritos y saltos por el barrio sin mirar atrás tras saber que habíamos aprobado todo y que estábamos preparadas para hacer Selectividad y la gente mirándonos, fiestas, Nochevieja, nuestras primeras vacaciones disfrutando poquito a poco del sur, confesiones, terapias, nuestra declaración de amor en Roma, nuestras risas, nuestras vacaciones de desfase, nuestros momentos TOP 10 y muchas cosas más que seguramente me dejo en el tintero...
En el amor, tiene ya sus pinitos hechos como en el teatro. No se cansa, así que no parará de buscar hasta encontrar a su Romeo aunque ella es un espíritu libre que saca lo mejor de sí misma para vivir el día a día. La frase de Carpe diem recorre sus venas. Es su carta de presentación.
Y por último, como es polifacética, subir a un escenario es su hobby, o su pasión mejor dicho. Ella se transforma y se mete en el papel para que creamos en su personaje, pero sobretodo en ella. Quiere ser la Audrey Hepburn del siglo XXI y no anda muy lejos. Yo creo en ella y sé que lo conseguirá.
Se desvive por los suyos, y eso es lo que más me gusta de ella.
Hueles a libertad nena y eso te llevará a lo más alto.
Todas tienen una historia. Da igual que unas hayan costado más (monetariamente hablando)... El caso es que son especiales. Unas las he comprado porque me gustaban, otras las he hecho yo misma, otras las he traído de un viaje especial, otras me las han regalado familiares, otras por mi cumpleaños y otras me las han traído porque en algún viaje una/s persona/s se han acordado de mí...
Me gusta mirarme las muñecas llenas de pulseras y acordarme de cada momento en el que me dieron ese regalo; acordarme de ese viaje especial o de ese cumpleaños porque así, siento que vivo y que estoy presente en muchas vidas.
“El amor es confianza, responsabilidad,
sopesar tus opciones y sentimientos, vivir el resto de tu vida en consonancia
con ellos y sobre todo, no hacer daño a la persona amada. ¿Es eso el amor? Multiplícalo
por infinito, llévalo hasta el fin de la eternidad y apenas tendrás un atisbo
de lo que hablo”.
Todos hemos visto la película
Disney de Aladdín de pequeños, o con nuestros hijos o nietos. En el caso de
que no, os invito a que la veáis.
Pues bien, yo me quedé
maravillada con la película y con todas de la compañía Disney. Eso de frotar
una lámpara y que saliese un genio y te concediera tres deseos era algo mágico.
Muchas veces pensé si eso pasaría igual en la vida real (inocente de mí).
Precisamente, en mi casa tengo una lámpara de uno de tantos viajes de mi madre
por el mundo (no sé si fue hecho a posta no) y que encontré de casualidad en un
estante.
Frotaba la lámpara como hacía el
protagonista y me imaginaba que salía un genio y me concedía tres deseos a los
cuales yo siempre pedía los mismos (muchos juguetes, chucherías y tener mucho
amigos).
Con el tiempo los deseos fueron
cambiando según yo crecía y muchos de esos deseos eran materialistas. Hasta
hace bien poco yo seguí pidiendo deseos a mi genio particular pero más
profundos y quizás un poco más realistas (o quizás no).
Dejé de creer en el genio de la
lámpara mágica ya que muchos deseos no se cumplían y por supuesto, por mi
madurez.
Pero aunque sea una película
Disney tiene una moraleja también para los adultos. Y es que, muchas veces los
sueños se pueden hacer realidad. Yo quiero creer en ello.
En la película se manifiesta a
través de un genio que habita en una lámpara que sólo aparece cuando frotas la
lámpara. Aquí en el mundo real, al destino le corresponde esta parte aunque el
esfuerzo, el empeño y la paciencia juegan también un papel muy importante.
“Los amores de verano terminan por cualquier
tipo de razones. Pero al fin y al cabo todos tienen algo en común. Son
estrellas fugaces: un espectacular momento de luz celestial, una efímera luz de
la eternidad, y en un instante, se van”.
Viernes por la noche. Tras la dura semana por
la que había pasado, esta noche era la ocasión perfecta para desconectar, sobre
todo con sus mejores amigas. No cenó ligero como solía hacer todas las noches,
esta vez su estómago debía aguantar el ron de aquella noche. Se dispuso a
arreglarse: se lavó los dientes y se puso las lentillas. Ahora era el momento
de elegir el vestido… No es que tuviese muchos, pero era muy indecisa siempre
para esas cosas. ¡Qué indecisión madre mía! No sabía si repetir modelito. Pasaba
una y otra vez los vestidos por el armario. Había uno que no se había puesto
todavía porque no encontraba la ocasión perfecta. ¿Y si fuese esa noche? Y se
dijo a sí misma: “¿Por qué no?”.
Era azul (su color fetiche) y muy atrevido,
con la espalda al aire. Fue a maquillarse con alegría y sintiéndose la mejor de
todas. Se puso su colonia favorita: esa que cada vez que olía le traía buenos
recuerdos de fiestas pasadas. Salió disparada porque iba pillada de tiempo y
viajó por la noche madrileña hasta el punto de encuentro. El ambiente era
ideal: risas, vasos con hielos, alcohol, amistad, tonterías, alguna que otra
calada a un cigarro y sobre todo, unas ganas de bailar tremendas.
Entraron a la discoteca con ganas de comerse
la pista de baile. En círculo, y dejándose llevar por la música cantaban a grito
pelado inventándose parte de las canciones. Ella lo estaba pasando como nunca y
se acercó a la barra a pedir otra copa aunque el alcohol ya empezaba a hacer
efecto.
Con la copa en el aire y sintiendo la música,
se abría paso entre la multitud. Ojos indiscretos la miraban pero a ella le
daba igual. Era una noche dedicada enteramente para ella. La libertad llamaba a
su cuerpo, su mente y su corazón.
Nada más llegar sientes una bofetada de
libertad. Si ya en tu ciudad te sientes pequeña, allí la insignificancia se
apodera de tu cuerpo. Hay tanta diversidad y tanto donde elegir, que te pierdes
tanto ahí como por sus interminables calles adoquinadas.
Te faltan ojos para captar tanta belleza e
inmensidad. Sentirse extranjero es una de las mejores sensaciones del mundo: la
cara de atónito y ese tic no tan nervioso del dedo índice disparando con tu cámara
para inmortalizar cada instante que quedará para la eternidad.
Prometimos volver con la moneda que tiramos
hacia atrás en la famosa Fontana di Trevi
en la que todo el mundo tira una moneda con la esperanza de que su deseo tarde
o temprano se haga realidad.
Daría lo que fuera por volver allí para
empaparme de tantos siglos de historia. Y es que, todos los caminos llevan a
Roma.
Ante la inmensidad nos
sorprendemos. No nos damos cuenta de que somos muy pequeños, infinitamente
pequeños comparados con el universo, con aquello tan lejano y tan bello.
Nuestros problemas, a los que nosotros consideramos tan grandes y enormes son
insignificantes comparados con otros muchos que se sufre en este mundo, póngase
de ejemplo la pobreza y el hambre.
Estamos dentro de un todo. Somos
como células en un laboratorio en el que nos ponen a prueba para ver cómo
reaccionamos ante el cambio. Somos como una marioneta en una obra de teatro.
Pero, ¿y quién es el científico? ¿Quién es el que mueve los hilos para que una
marioneta mueva un brazo o una pierna?
Difícil pregunta diréis y
¡cuántas interpretaciones puede haber! Muchos pueden decir que es el destino,
otros que es la suerte y otros, mucho más egoístas dicen que ellos son dueños
de su futuro. En sí, todos tienen parte de razón y no se la quito a nadie y
respeto todas y cada una de las propuestas.
Yo, sin embargo, me aventuro y pienso
que los hilos de mi vida en particular los mueve Dios, mi Dios. Él, que me guía y está siempre conmigo ante cualquier dificultad. Es cierto que no es
fácil seguirle y muchas veces puedes desistir ante tantas injusticias que
acontecen en el día y día y dices ‘¿Dónde estás?’ ‘¿Por qué no haces nada?’
Puede que a esto no tenga respuesta pero lo que sí os puedo decir es que pone
muchas piedras en el camino para que puedas levantarte y no volver a repetir
los mismos errores de nuevo. Te ayuda indirectamente a crecer y a vivir.
No debemos esconder nuestros
problemas, sin ellos no seríamos lo que somos ahora ni formaríamos lo que
formamos: el infinito. Ese infinito que no acaba nunca, que es eterno, como Él.
¿Y si lo que todo el mundo me dice que no me
conviene es realmente el verdadero camino? ¿Y si fuese el paso definitivo para
cambiar? Quizás esté equivocada y en realidad tendría que hacer más caso a mi
círculo próximo. Pero lo mío es la cabezonería y a lo mejor no estoy
equivocada. Romper las reglas sería una gran experiencia.
Un cargador de agua de la India tenía dos
grandes vasijas que colgaba a ambos extremos de un palo. Una de ellas era nueva
y reluciente, mientras que la otra era muy vieja. La vasija nueva era feliz
porque hacía bien su trabajo. Su compañera, consciente de su situación, se
sentía triste porque el agua se le escapaba a través de las grietas.
Al cabo de un tiempo, la tinaja ajada por los
años se sinceró con el aguador: Estoy
avergonzada porque, por mi culpa, sólo puedes entregar a tu amo la mitad de mi
carga. El cargador de agua la miró compasivo y le pidió un favor. Cuando regresemos a la casa del
señor, quiero que te fijes en las hermosas flores que crecen en el
camino.
Así lo hizo y, en efecto, eran muchas las
flores que crecían junto al sendero. Al llegar a su destino, el cargador le
preguntó: ¿Te has dado cuenta de
que sólo hay flores en el lado del camino por donde tú pasas?. Hace
unos años –prosiguió el aguador- sembré semillas de todas esas preciosas
plantas que has visto con las flores que tú riegas cada día, hago ofrendas a mi
Dios. Si no fueses así como eres no podría venerar a mi Dios con flores tan
bellas como las que recojo gracias a ti.
A veces la soledad no es tan mala como muchos
la pintan. En mi vida he tenido muchos más momentos de soledad que de compañía.
Puedo decir que no han sido los mejores momentos pero me han ayudado a
reflexionar, a recapacitar, a tomar decisiones importantes que han cambiado mi
vida, a desestresarme, a intentar poner en orden mis sentimientos, mis subidas
y mis bajadas.
Todo esto prefiero hacerlo antes de dormir
cuando he terminado de rezar y pensar en el día que ha acabado. Por mi mente
chocan e interactúan millones de recuerdos; unos más tristes y otros más
alegres y divertidos. Pienso en el futuro que me depara y me taladro la cabeza
para saber si he hecho bien con las decisiones que he tomado y tomo en mi vida.
Hay pensamientos que se quedan en la cabeza y que no saldrán nunca de la cabeza
quizás por miedo o pudor o por el simple hecho de guardar algo de mi intimidad.
Algo que es mío y de nadie más.
Los momentos amargos los comparto con mi
almohada. Porque sabe escuchar y es ya casi mi segunda cabeza, mi pensadero, mi
baúl de recuerdos, por no decir que ya lo es.
Aprendes a escucharte, a darte cuenta de tus
debilidades, de tus fallos, de tus limitaciones y excesos pero también de tus
grandes logros e ideas. Hasta que no aprendas a descubrirte como persona no
descubrirás la belleza que esconde la vida. Recuerda que siempre te tendrás a
ti mismo y que muchas veces no necesitas a nadie para descubrirte. Cuando lo
hagas, ya estarás listo para compartir tu experiencia con los demás. Sigue la
filosofía de “yo, mí, me, conmigo” porque si no lo haces tú, nadie lo hará por
ti.
"El amor es pasión, obsesión, no poder vivir
sin alguien. ¡Pierde la cabeza! Encuentra a alguien a quien amar como loca y
que te ame de igual manera. ¿Cómo encontrarlo? Pues… olvida el intelecto y
escucha al corazón. Porque lo cierto es que vivir sin eso no tiene sentido
alguno. Llegar a viejo sin haberse enamorado de verdad… en fin, es como no
haber vivido. Tienes que intentarlo, porque si no lo intentas, no habrás
vivido".
Tarde soporífera en Madrid. Siete y cuarto de
la tarde. Ella estaba allí esperando en la cúpula de Sol. Como siempre ella
llegaba antes de la hora prevista, no le gustaba hacer esperar a los demás.
Inquieta, miraba a los lados por si él había llegado antes de lo previsto:
estaba abarrotado de gente. Gente de todos los tipos: activistas reivindicando
por sus derechos, el típico grupo de chicas haciéndose fotos, gente saliendo de
la cúpula construida no hace mucho, parejas que se reencuentran…
Frente a ella estaba el autocar de donación
de sangre: aún tiene escalofríos recordando la primera vez que donó sangre a
pesar de su miedo a las agujas y su mareo al ver la sangre. Detrás de éste,
estaba el famoso edificio con el famoso cartel del “Tío Pepe” que no sabía muy
bien por qué razón lo habían quitado, ¡es todo un símbolo aquí en Madrid! Sin
él, Madrid perdía toda su esencia e imagen.
Las gafas de sol la protegían de los rayos de
sol y a la vez de la mirada de cualquier desconocido en aquel centro
neurálgico.
Miraba el reloj casi a cada minuto y parecía
que la manecilla del reloj no corría. Siete y media. Hora fijada por los dos.
Llegó puntual a su cita y se saludaron con dos besos en la mejilla. Ella, sin
ningún motivo no se quitó las gafas (por vergüenza más bien) no hacía nada más
que mirar al suelo. Cuando se decidieron a ver qué hacían ella respondía con su
típica indecisión e indeterminación: “Me da igual”. Ella se daba cuenta de su
sosería, tendría que cambiarlo con el tiempo. Querían moverse y eso hicieron.
Se dirigían hacia Ópera. En ese tramo empezaron a hablar de lo típico y alguna
risa que otra soltaron. Se sentaron en uno de esos bancos en aquella placita y
no podían parar de hablar. Ella era muy parlanchina y quería saber más y que él
se enterase de todo. Pusieron rumbo hacia Callao y la impresionante calle Gran
Vía con tantos años de historia. Le hubiera gustado estar en su inauguración a
finales de los años 20 y por qué no, haber visto al distinguido Alfonso XIII
dando el visto bueno. Ahora todo era modernidad y movimiento. A decir verdad,
era su calle favorita y disfrutaba como una niña pequeña señalando cada rincón
demostrándole que conocía a la perfección aquella calle.
Enamorada de su calle con sus tiendas y su
ambiente bajaron de nuevo hacia Sol por la calle Montera más conocida por “la
calle de las putas” (perdón por la expresión) donde se podía ver a cualquier
hora a mujeres ofreciendo sus servicios para ganarse el pan de cada día y poder
mantener a su familia.
Inconscientemente, se aferró a su mano por
miedo. Él la miro y sonrió. La llevó a un chill
out ahora tan de moda por una de las callejuelas de Madrid. Los atendieron
enseguida, y les guiaron al segundo piso, más íntimo. Allí en un ambiente más
oscuro había muchas parejas como ellos, temerosos ante la mirada de cualquiera.
Se sentaron en esos sillones de cuero tan cómodos y se dispusieron a elegir. Al
camarero le pidieron una cachimba sabor sandía. Habían probado muchos sabores
ya, pero ese era uno de los que todavía no habían probado. Aquí ya no hablaron
tanto y dejaron paso a lo demás. Humo, besos y caricias fue lo que siguió en la
hora siguiente. Al terminar, dejaron una pequeña propina. Ya había anochecido y
él puso el brazo por encima de sus hombros y ahí tuvieron que decidir: podían
tomar un helado o cualquier exquisitez en ‘La Mallorquina’ famosa por sus
napolitanas y que ella recordaba con tanto cariño cuando en Navidad se iba con
su padre toda una mañana a la Casa del Libro a buscar “libros para papá” (en
realidad eran libros que su padre necesitaba para el trabajo) y que luego
tenían la recompensa de comerse una napolitana de chocolate tras patearse todo
el centro.
Era verano y un helado reconfortaría de
manera excelente ese calor que todavía hacía. Ella pidió su favorito: avellana.
Y él, chocolate puro, sin nada más. Se sentaron fuera a disfrutar de la pequeña
brisa que corría y a saborear su cremoso helado.
Llegó el momento de la despedida. La tarde se
había pasado volando y no querían despedirse. El beso fue largo, mágico, con
sabor a impaciencia, sabor a timidez, sabor a interés, sabor a sandía, sabor a
avellana, y por supuesto, sabor a chocolate. A sus pies, estaba la famosa placa
donde comenzaba todo, desde donde se empezaba a contar, desde donde las
carreteras se guiaban para ir a cualquier lugar de España: KILÓMETRO 0.
Metafórico, ¿verdad? ¿Sería para ellos también el comienzo de algo? ¿El
kilómetro cero de su futura carretera?
Que me hierve la sangre con estos temas. Un fuego recorre y sube por mi garganta esperando a salir por la boca pero que muchas veces se contiene. De hoy no pasa.
Hago un llamamiento a los hombres simples.
Hago un llamamiento a los hombres que dicen que las mujeres somos complicadas.
Hago un llamamiento a sus cambios de humor.
Hago un llamamiento a su bipolaridad.
Hago un llamamiento a sus decisiones espontáneas y sin sentido.
Hago un llamamiento a su poca capacidad de entendimiento.
Hago un llamamiento a su poco tacto.
Hago un llamamiento a sus "hoy te quiero, mañana no".
Hago un llamamiento a su simpleza no tan simple que yo nunca entenderé.
Hago un llamamiento a sus "hoy te escribo, mañana no me acuerdo de ti".
Hago un llamamiento a sus punto y final que ellos ponen sin consultar con nadie.
Hago un llamamiento a la importancia que le dan solamente al físico de una mujer.
Hago un llamamiento a sus sentimientos. Ah! no, que no tienen.
Hago un llamamiento a su corazón si es que todavía lo conservan.
Hago un llamamiento a su forma de embelesarnos y hacernos sentir como una reina.
Hago un llamamiento a su forma de rompernos el corazón.
Hago un llamamiento a su forma de no sentirse culpables.
Hago un llamamiento a su desinterés repentino.
Hago un llamamiento a su inmadurez.
Hago un llamamiento a su forma de salir airosos de cualquier situación amorosa.
Hago un llamamiento a su interés de un día por una y otro día por otra.
Hago un llamamiento a su patética forma de demostrar a sus amigos que pueden llevarse a cualquier mujer (como si estuviésemos en la selva).
Hago un llamamiento a su torpeza.
Hago un llamamiento a su forma de tratarnos como objetos.
Ahí dejo caer algunas lindezas de todo hombre y que a muchos os identifican aunque digáis que no. Tengo la esperanza de que hay una pequeña e ínfima parte de los hombres que no son así y espero que no se escondan y muestren que de verdad saben tratar a una mujer.
No digo que todos seáis iguales, ni mucho menos; pero la gran mayoría lo demuestra. Mi perdón más sincero a aquellos que no tienen culpa de nada.
Soy muy meticulosa y cuadriculada con todo. O blanco o negro, no hay término medio y eso casi siempre al final me acaba afectando. Me preocupa mucho mi futuro y muchos estaréis pensando: "Pues como a todos, ¿no?". Y la verdad es que sí. Encima ahora nos pintan un futuro muy negro y a mí me da miedo, mucho miedo.
Yo que todo lo tengo meticulosamente calculado y me asusta el futuro... Es uno de los muchos miedos de cualquier joven. Pero es que hay tantas indeterminaciones en mi vida y el futuro no lo veo. Pero estoy muy equivocada y quiero cambiar esta manía con el tiempo. Porque cuanto más esperes una cosa, planees algo para que salga de cierta manera y forma; el destino juega contigo y le da a todo la vuelta y lo que una vez pensaste que era así, ahora es "asao".
Por eso, os advierto, me advierto a mí misma no esperar al futuro, porque el futuro no avisa, porque quiere sorprenderte. Se ha aliado con la vida para jugar contigo, para ver cómo reaccionas, cómo te defiendes ante la adversidad y la felicidad que te ofrecen. Nunca lo esperes porque las mejores cosas ocurren, cuando menos te lo esperas.
Ante todo, quiero dedicar un pequeño espacio de este pequeño blog que está hecho con mucho amor, con mucha ilusión, con muchos temores, con muchas llantinas a una parte de mí. Algunos ya sabrán muchas de mis peculiaridades y los demás, espero que lo disfruten.
Me gusta sonreír.
Me gusta cuando sale el sol y me despierta cada mañana.
Me gusta quedarme más del tiempo permitido en la cama holgazaneando.
Me gusta contar los segundos y que pasen los minutos y las horas sin hacer nada.
Me gustan las tormentas, pero no mojarme.
Me gusta tumbarme en cualquier parte y mirar el cielo, ese cielo azul que a todos nos gusta y que a mí me pirra.
Me gusta quedarme horas y horas tumbada en la cama recordando cualquier aventura y que se me escape alguna sonrisa.
Me gusta llorar de alegría.
Me gustan ellos, mis amigos.
Me gusta San Isidro y vestirme de chulapa.
Me gusta comer nocilla a escondidas, a cucharadas.
Me gusta mojar las galletas en leche y que se ablanden.
Me gustan los churros con chocolate en Año Nuevo.
Me gusta viajar en autobús o en tren y perderme entre mis pensamientos sin que me pase de parada.
Me gusta mi ciudad (Madrid) y perderme entre sus calles que tienen mucha historia, muchas historias que contar.
Me gusta el campo y que todo esté tranquilo.
Me gusta la noche, pero no volver sola tras una intensa noche deambulando por las calles y la fiesta madrileña.
Me gusta la Luna.
Me gusta ver las estrellas. Desgraciadamente, por la contaminación, desde aquí no se ven muy bien. En estos casos, prefiero el campo.
Me gusta la fiesta.
Me gusta aguantar una noche hasta que esa copa de más me sube y me entra como digo yo "el mareillo" y la risa floja.
Me gusta bailar entre la gente y seguir el ritmo de la música, el ritmo que dicta mi corazón, y los demás, ¡que miren si quieren!
Me gustan las tardes de Retiro y sentarnos en nuestro sitio, elegido por nosotros: cerca de La Rosaleda y no parar de hablar y hacer el tonto.
Me gustan ellas, mis amigas.
Me gustan nuestras tardes, con nuestros secretos. Me gusta estar callada y escuchar sus historias, ¡y si son de amor mejor! y no perderme ni un detalle.
Me gusta dar abrazos en los momentos idóneos.
Me gustan los abrazos de reconciliación.
Me gusta llorar al unísono con ellas.
Me gustan las reconciliaciones.
Me gusta mis ataques repentinos de locura: saltar y gritar.
Me gusta la música de todos los tipos.
Me gusta escribir.
Me gusta una buena película con cualquier guarrería para comer.
Me gusta el atardecer.
Me gusta el amanecer en la playa.
Me gustan las vacaciones.
Me gustan las discusiones de convivencia que luego se resuelven.
Me gusta reír.
Me gusta que me hagan cosquillas.
Me gusta el verano.
Me gusta tirarme a la piscina pero que no me tiren.
Me gusta meterme poquito a poco en el agua fría y que el agua llegue hasta mi ombligo, tener un escalofrío y sumergirme.
Me gusta tomar el sol en la playa, piscina, en cualquier lado me gusta el sol, siempre con mi toalla (que no se llene de arena) y lo más importante: protección para mi piel que ante cualquier descuido ya estoy como un cangrejo.
Me gusta la Navidad.
Me gusta no poder dormir en la noche de Reyes por los nervios a pesar de mis casi 20 años.
Me gusta que nieve aunque aquí, en Madrid ocurre muy poco. Por eso cuando ocurre, es un milagro.
Me gusta dejarme caer rodando por las colinas del parque de mi casa.
Me gusta la primavera y pasear por el parque... tomándome antes la pastilla de la alergia.
Me gustan los animales.
Me gustan las plantas y sus flores pero me cuesta mantenerlas vivas por mis despistes y eso de no regarlas en su momento.
Me gusta viajar.
Me gusta ver fotos de sitios insólitos, bellos, increíbles.
Me gusta correr riesgos, a veces.
Me gusta ese nerviosismo y ese dolor de tripas antes de montar en la montaña rusa.
Me gusta hacerme fotos y poner cualquier postura y hacer el tonto en ellas.
Me gusta comprar ropa aunque no sé si soy ya una compradora compulsiva o como dicen los ingleses: una shopaholic.
Me gustan las comedias románticas, y sólo románticas también y que se me escape una lagrimita de emoción en cualquier sala de cine.
Me gusta meterme debajo de las sábanas en una noche de tormenta.
Me gusta dormir.
Me gusta no dormir cuando vengo de fiesta y recordar esa noche de desfase.
Me gusta mi familia entera porque familia no hay más que una.
Me gusta levantarme con energía.
Me gusta leer, me da igual el género.
Me gusta recibir felicitaciones cuando escribo algo que gusta a los demás.
Me gusta que me recompensen por mi esfuerzo.
Me gusta comer hasta hartarme.
Me gustan las corazonadas.
Me gusta estar sola y escuchar música en mi reproductor de música que llevo a todos lados.
Me gusta ser rara.
Me gusta ser bipolar.
Me gusta soñar. Muchas veces mis sueños pecan de realidad y hacen que me despierte preguntándome a mí misma si realmente lo que he soñado ha pasado en realidad o no.
Me gusta tomar cerveza en cualquier terracita de Madrid.
Me gusta cuando llega el invierno y poner delante del armario toda la ropa de invierno.
Me gusta sacar los bikinis nada más empezar el verano.
Me gusta ver fotos antiguas.
Me gusta compartir secretos.
Me gusta decorar.
Me gusta aprender.
Me gusta nadar y bucear.
Me gusta que me tiemblen las piernas, que se me ponga ese nudo en la garganta, bajar la mirada ante cualquier desconocido y sentirlo cerca aunque ya no es tan desconocido.
Me gusta enamorarme a mi manera aunque creo que nunca me he enamorado de verdad.
Me gusta cantar bajo la ducha y desentonar.
Me gusta el centro y tomarme una napolitana de chocolate en la famosa pastelería de Sol "La Mallorquina".
Me gusta ver los belenes en la Plaza Mayor en Navidad.
Me gusta hacer competiciones con mi familia a ver quién acaba el primero con las uvas en las 12 campanadas.
Me gusta rezar y sentir esa paz y tranquilidad inmensa porque sé que Él siempre me escucha.
Me gusta ir a las librerías y hojear todos los libros.
Me gusta el olor de los libros nuevos.
Me gusta estrenar una agenda nueva y al terminarla repasar cada momento del año.
Me gusta el olor del bizcocho de naranja recién salido del horno de mi madre.
Me gusta el trabajo y el empeño que pone mi padre.
Me gusta la fuerza de voluntad de mi hermana Esther.
Me gusta lo cariñosa que es mi hermana Alicia.
Me gusta dar mimos, y que me los den también
Me gustan los besos lentos, con dulzura.
Me gusta hablar con la gente y que se preocupe por mí.
Me gustan las fiestas en casa.
Me gusta divertirme en compañía de ellos.
Me gustan las motes absurdos.
Me gustan las llamadas por teléfono que duren como mínimo, una hora.
Me gusta el olor a tierra mojada.
Me gusta ver el arco iris.
Me gusta el azul.
Me gusta ayudar y dar todo por los demás.
Me gusta que me entiendan.
Me gusta el regaliz y el algodón de azúcar.
Me gusta darme cuenta de mis errores.
Me gusta mi paciencia.
Me gustan las bodas.
Me gustan las revistas de cotilleos.
Me gusta desentonar.
Me gusta escuchar discos en las tiendas de música.
Me gusta experimentar.
Me gusta mi flexibilidad.
Me gusta mi constancia.
Me gusta saborear el primer helado del verano.
Me gustan las mandarinas. A decir verdad, soy adicta a ellas.
Me gusta el chocolate.
Me gusta coleccionar cosas. Entre mis excentricidades está coleccionar sellos, tickets de ropa, etiquetas de ropa y entradas de cine.
Me gusta atiborrarme de agua cuando estoy sedienta.
Nos venden prototipos perfectos de hombres y mujeres y nos pasamos la vida intentando ser como ellos: haciendo ejercicio, llevando dietas inadecuadas, comiendo sin sal sin disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Porque nos quieren vender un producto y quieren que seamos todos iguales llegando a menospreciar nuestro verdadero aspecto. Y digo yo, ¿por qué tenemos que ser todos iguales? ¿No será mejor que cada uno potencie sus propias virtudes y deje de preocuparse por lo de fuera y pueda ser uno mismo? No quiero nada igual, porque la monotonía me aburre.
Al fin y al cabo lo de fuera es perecedero como cualquier fruta, sin embargo lo de dentro dura para siempre. Podríamos decir que es como una roca. Una roca que va siendo erosionada por las olas de la vida. Puede ser más pequeña, más grande; más plana, más ancha; pero nunca encontrarás dos piedras iguales, al igual que los seres humanos.
Somos rocas. Duros como una roca aunque no nos lo creamos ya que aguantamos el peso del día a día. Nos hace fuertes y nos convierte en héroes. Ese héroe desconocido que todos llevamos dentro y que muchas veces se esconde, o lo escondemos mejor dicho, pero que espera paciente hasta su próxima salida para salvar tu mundo.
"Sé duro como una roca. Forma tu propia piedra angular."
Llevaba ya mucho tiempo queriendo
escribir sobre ella pero no encontraba ni el momento ni la ocasión idónea. Le
dí largas y prometí escribir sobre ella algún día pero no me salía… Pero ¿qué
mejor momento que hoy, cuando la homenajeada cumple 20 años?
Me resultaba, mejor dicho me
resulta muy difícil escribir sobre ella. Sí, difícil fue lo primero que pensé
cuando tuve la primera conversación con ella. A decir verdad, a primera vista
yo la ví bastante cerrada, como que sólo interactuaba con los que ya conocía y
se me hizo bastante difícil (valga la redundancia) llegar hasta ella.
Sinceramente, no sé ni cómo empecé a hablar con ella, creo que todo empezó
porque yo empecé a hablar con sus mejores amigas. Tampoco es que no nos
conociéramos porque ya nos conocíamos desde que teníamos 5 años. Era un “sí, yo te conozco y tú a mí también”.
Poco a poco y las famosas salidas
en fin de semana hacían más amena mi situación por esos momentos. Ella
convirtió pasito a pasito mi cielo gris en uno azul sin que yo me diese cuenta.
En uno de los peores momentos exploté, ¿y quién estuvo allí? Ella. Fue la
primera en escuchar ese tema algo escabroso que me atormentaba desde hacía un
tiempo y me dió fuerza para enfrentarme a ello. Creo que una de sus muchas
virtudes es esa: la valentía. Mirar a los problemas y enfrentarlos. Lo que más me
sorprendió es que perdí una batalla pero ella me defendió a capa y espada
conociéndome tan poco.
A partir de ahí todo cambió, ahí
empezó todo. Empecé a escuchar su historia, su vida, que como siempre había
sido algo más entretenida que la mía. Me gustaba ver cómo se “leían” la mente
entre ellas y llegué a pensar: ¿Alguna vez podré hacer yo eso? Obviamente no sabía
lo que me deparaba el futuro. Me gustaba su forma de pensar, de vestir, de
caminar, de vivir la vida intensamente, me gustaba todo de ella. Pero ella aún
no se había abierto del todo, según mi perspectiva. Pasaron los meses y me fui
adaptando a su ritmo de vida del cual yo muchas veces me cansaba, no de aburrimiento
sino de tanta intensidad todo el tiempo. Ella seguía, pero yo no aguantaba el
ritmo, tenía que parar y coger aire. Ese aire tan puro que ella desprendía.
Nuestros caminos siguieron más
juntos que nunca porque llegó el temido momento de elegir tu futuro y todos
pensábamos que no íbamos a estar más con la gente que queríamos. Curiosamente,
ella y yo elegimos el mismo que nos dictó el corazón; así, por casualidades de
la vida. He de decir que me siento muy afortunada porque creo que soy la que
más veces veo entre semana. Muchos me tendrán envidia, pero yo lo único que
pensaba era: “Sí, soy su amiga, ¡al fin!”.
Aprendimos y nos preocupaban las
mismas cosas. Me llegué a acomodar a su forma de pensar que al fin y al cabo no
era tan complicado como yo me pensaba. Por fin podía “leerle” la mente. Por fin
se había abierto del todo a mí y eso me produjo una inmensa felicidad.
Grandes cambios han sucedido
desde que somos amigas. Unos para bien y otros para mal, pero el caso es que
hemos seguido ahí juntas en la trinchera de la vida. Creo que has sido tú la
que ha notado más cambios en mí a pasos cada vez más agigantados durante este
tiempo y con eso me quedo satisfecha, ya que tú has sido una de las personas
que ha protagonizado este cambio para bien. Quiero que estés orgullosa de mí.
Inesperadamente el amor llegó a
tu vida y al principio yo era un poco hostil y recelosa a compartirte con
alguien más pero si te digo que llegué a acostumbrarme, incluso a alentarte a
que todo siguiese adelante porque algo cambió en ti, algo que muchos y yo
notaron y es ese brillo en los ojos que toda persona enamorada tiene. Algo se
accionó dentro de ti para ser más paciente, más cariñosa, más tú. Ese tú
escondido que tenías desde siempre y que no querías mostrar por miedo a que te
hicieran más daño.
No recuerdo ningún enfado contigo
salvo uno no hace mucho, pero en verdad se necesitaba para recordarnos que ante
la adversidad tenemos que estar unidas. Y eso hizo que ese lazo invisible al
que yo llamo amistad se hiciera más fuerte.
Muchos querrán ser como tú, pero
tú eres única. Me gusta tu valentía, tu fuerza de voluntad, tu comprensión, tus
razones, nuestras miradas cómplices, nuestros apelativos cariñosos, tus
consejos, tu forma de sacarme una sonrisa cuando lloro, tus abrazos, tus
ataques repentinos de amor hacia mí, tu sonrisa, tu energía, tus historias
alocadas… Tú, me gustas tú. Si pudiese describirte en una palabra, ¡claro que
lo haría! Justo hay un adjetivo que me viene al pelo y es… INDOMABLE.
Mundo loco. La vida da demasiadas vueltas. Lo que antes era negro ahora es blanco. Ha cambiado a mejor y me alegro. Pensé que nunca llegaría a decir esto y es que a decir verdad el tiempo lo cura todo. La enésima herida del corazón ha cicatrizado, ¡ya era hora! Todos tenemos las típicas canciones que nos recuerdan a esa persona y que finalmente acababa asomando alguna que otra lágrima. Ahora aparecían aleatoriamente estas canciones en mi reproductor de música y ni me inmutaba. Nada, ni aunque lo intentase con todas mis fuerzas. Parecía que no tenía lágrimas y a partir de ahí decidí que había que pasar página.
Alguna vez confesé que te echaba de menos y quien me escuchó puso el grito en el cielo. ¿Cómo podía ser? me repetía ella una y otra vez. Yo no sabía ni el cómo ni el por qué, simplemente te quería tener cerca y volver a acariciarte. Sin embargo, la respuesta me ha venido a la cabeza no hace mucho: A ti no te echo de menos aunque no pare de recordarte ni soñarte. Lo que echo de menos es una historia que contar. Una historia que al contarla aparezca una pequeña sonrisa, una historia de verdad, no como la de las películas ni mucho menos. Quiero una historia diferente y rara como yo.
Ya sé que me negué en rotundo desde un principio a esto, pero en lo más profundo de mí se albergan anhelos de romanticismo.
No sé cuando dejaré de acordarme de ti aunque ya me han dicho que eso nunca se olvida... Tu nombre grabado a fuego a lo largo de la cicatriz que aloja mi corazón lo dice todo. Pero lo más importante de todo esto es que ya NO duele y con eso me conformo para seguir siendo día a día un poquito más feliz.
Ya no valoramos las cosas, al menos como antaño. Jugamos con todo y luego lo tiramos sin darle ninguna importancia. Por eso sufrimos, sufrimos nosotros y el amor. Al parecer todo síntoma de cariño se ha perdido y no tiene el significado que realmente debería tener. ¿Dónde han quedado esos abrazos sinceros al despedirte de alguien? ¿Dónde han quedado esas caricias y que la piel se te erice sin pedir nada a cambio? ¿Dónde han quedado esos besos robados en el portal para que nadie os viera?
Ahora abrazamos por gusto, para que el otro se quede tranquilo y de la sensación de que todo vaya bien aunque realmente vaya mal.
Acariciamos para pedir algo más, un favor, para ver que el otro se sienta querido y piense que es el/ la único/a para ti.
Y bueno, ya lo "más de lo más" es eso de los besos. Regalamos nuestra boca, nuestros labios, nuestros besos a cualquiera, al primero/a que pasa. Que no sólo es saliva o atracción, es algo más. Yo por lo menos veo algo más profundo, ¿y vosotros? Porque cuando besas, das algo de ti que ya se quedará para siempre en el otro en forma de recuerdo, tanto para bien como para mal. ¿Os imagináis partes de vosotros dispersadas en otras personas que conocéis de vista, conocidos o no tan conocidos por ahí? Sería un desastre: te perderías a ti mismo ante la imposibilidad de recoger tantas partes de ti esparcidas, olvidadas, incluso sin dueño.
Por eso, ahora os digo que no regaléis tantos besos, ni aceptéis tantas bocas prohibidas porque al final enloqueceréis hasta el punto de no reconocerte y decir frente al espejo: ¿Qué es lo que he hecho?
Simplemente, siente y deja que el corazón hable por ti, por vosotros y ahí empezará todo.
Porque a cada calada de aire que tomas, te duelen los pulmones; a cada paso que das, las piernas se vuelven más pesadas; cada vez que intentas mirar entre la niebla, los ojos te piden que los cierres; cada vez que oyes una palabra, una ofensa, las lágrimas quieren anegar los ojos.
Fuimos un todo y ahora somos un nada. Yo mi vida, tú la tuya, muy a gusto. ¿Para qué dijimos planes de futuro si ya sabemos cómo somos? Ni contigo ni sin ti. Quizás un término medio no me importaría, podría llegar a acostumbrarme en vez de taladrarme tanto la cabeza.
¿Que los polos opuestos se atraen? ¿Carga positiva? ¿Carga negativa? No sé yo. Nosotros somos dos imanes que se repelen y que no se van a juntar cuando hicimos aquel pacto de no hablarnos.
Que tú estás bien, que yo estoy mal; que tú ríes, que yo lloro. Pronto cambié el chip y estuvimos en igualdad.
Muy distintos. Dos caminos que se juntaron y se separaron al instante, muy paralelos. Si volvieran a juntarse... ¡No quiero ni pensarlo! Pero nos vino muy bien a los dos como vía de escape y ahora tan separados y tan bien. Somos como dos desconocidos que se conocen.